“Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Ese dicho lo conozco desde hace varios años. Pero a la gente no le había hecho tanto sentido como en 2020.
Se fueron los abrazos, las salidas a comer, las reuniones, y nos quedamos con la casa y en la casa.
Y ahora, habiendo pasado por quizá todos los ciclos de duelo posibles, en un año que se sienten como una semana y una década al mismo tiempo, quedamos a la espera de redención, de ese prometido “cuando todo esto pase”. ¿Acaso hay alguien en estos años que no haya sido víctima de esa frase? Si no son los conocidos, es la publicidad quien nos lo dice.
Después de tanta promesa ¿Qué esperamos de ese día? La más grande de las fiestas, todo mundo pidiéndose perdón o gozando el simple hecho de estar juntos. Poco después, podríamos caer en la misma conducta autodestructiva de siempre: agonizar el pasado, añorar el futuro, y seguir viendo el mundo pasar mientras nos enfocamos en lo pequeño. Queremos una “vuelta a la normalidad”.
Pero hay varias indicaciones capaz de contradecir este argumento.
Si lo analizamos, Dorothy nunca volvió a ser la misma después de su travesía a Oz, incluso si en su mundo nada cambió.
Sería hasta ridículo pensar que la pandemia nos dejó intactos.
De hecho, a todos nos reconstruyó.
Por un lado, empresas, familiares y relaciones fueron destrozadas por la tormenta, y algunas jamás volverán. Por otro, tanta reflexión llevó a las personas a tomar decisiones que se veían lejanas: dar anillo, separarse, mudarse de ciudad o de país, o tener hijos (o perrhijos) son algunos de los ejemplos más claros.
Es más, me pregunto si la primera vez de vuelta en una fiesta grande seremos tan sociales como antes. Igual y vamos a necesitar de mucho más chela, porque hemos perdido el toque. Adiós al delfín haciéndose amigo del perrito. En lugar de eso, seremos como el perro chico que llora por todo, incapaces de entablar una conversación real con un desconocido.
Aunque claro, dentro de poco agarraremos la práctica.
Si de por sí nos hemos adaptado a tanto cambio, ¿qué serán unos cuántos más con tal de regresar a estar con la gente?
Al final, la persona es un ser social por naturaleza. No solo se trata de hablar a cada rato o ser el más bailarín, sino incluso de un momento tranquilo entre dos, conectando, aprendiendo y escuchándose uno al otro.
Aunque eso pasa en muchas casas, estamos hechos para siempre renovarnos con nuevas relaciones, nuevas experiencias.
Con mucha esperanza en las manos, hasta podría decir que todos regresaremos más sabios, más conscientes de nuestros errores, mejores seres humanos. No echaría en saco roto todos esos cursos, o todas las horas de meditación inconsciente. Porque si tomamos el encierro como un entrenamiento para la nueva era de la humanidad, entonces podemos sentirnos orgullosos de todos esos días viendo o el face, o el whats, o el techo.
Todo lo que pudimos apreciar en este tiempo en cientos y cientos ensayos nos harán estar listos para cuando por fin se abra el telón, y todos los demás puedan seguir entretenidos con este espectáculo llamado “vida”.
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