Digamos que tienes una empresa de lo que sea: de alcohol, de comida, de coches, de ropa. ¿Cuánto dinero del que le asignas a la publicidad le meterías a una revista que consiste en, por decir algo, 700 caricaturas de Felipe Calderón, 480 de Lorenzo Córdova, 212 de Krauze y 15 de niños gordos que comen sabritones para desacreditar a Hugo López-Gatell? Supongo que no mucho, ¿no? Digo, es poco probable que, digamos, Chivas, o Bacardí, o incluso Tonayán, hagan una sustanciosa transferencia a El Chamuco para patrocinar ooootro mono de Calderón echándose una cuba, en el último reducto impreso de la calumnia que ya confesó Federico Arreola.
Así las cosas, le doy la razón al Gobierno federal: le toca ver porque no desaparezca una revista como la arriba mencionada, porque, increíblemente, el neoliberalismo se niega a pagar por hacer propaganda a mayor gloria del Presidente y en contra de sus detractores. Y es que sí: El Chamuco es propaganda, como es propaganda lo que hace La Jornada, el otro medio habitual del comisariado de caricaturistas. Lo que me lleva a darle la razón a Hernández, uno de los caricaturistas en cuestión: él, como sus pares en la revista y el periódico (que también recibe una lana del Gobierno, recordemos), tiene derecho a cobrar por su trabajo. La propaganda, efectivamente, cuesta. Salvo en pocos momentos de la historia, cuando el entusiasmo por alguna causa llevó a gente a veces incluso talentosa (hablo de la URSS o Cuba, no nos confundamos) a poner solidariamente su talento al servicio de eso, de la causa, los propagandistas han sido sujetos que cobran y muchas veces cobran bien, en dinero o privilegios (una dasha en el Báltico o una paella en Palacio Nacional, según el caso).
En mi opinión, es sano que los beneficiados defiendan públicamente las asignaciones directas para la revista, esos casi cuatro millones de pesos. El propagandista que cobra por aplaudir y denostar deja claro, a fin de cuentas, el lugar en el que está: ese lugar sin humor ni concesiones a la crítica en el que se va a quedar para siempre. Un lugar inofensivo, porque a fin de cuentas es un circuito cerrado en el que no convences a ningún escéptico pero te aplauden los fieles, lo que deja muy contento al Presidente.
Otra discusión es la que tiene que ver con la calidad de la propaganda que financias, pero esas cuentas hay que exigírselas a un Gobierno que, como sabemos por Pemex, la rifa del avión, Santa Lucía, Los Pinos, no se distingue exactamente por su habilidad para invertir.
@juliopatan09