Llevamos dos años y medio con la preocupación por el crecimiento económico. Desde que terminaba el 2018 se notaba una desaceleración importante en el crecimiento, desde entonces los niveles de inversión bajaban aceleradamente y ni hablar de sectores como la industria de la construcción que mostraban una caída en picada.

El 2019 ya fue un año de recesión. Después de diez años de crecimiento constante, de una creación sostenida de plazas de empleo, ese año tuvo una interrupción en la expansión del Producto Interno Bruto (PIB) en momentos en que el resto del mundo crecía.

Ni hablar de nuestro principal socio comercial que, a pesar de vivir bajo el régimen de un personaje tan impresentable como Donald Trump, mostraba tasas de expansión muy interesantes.

Así llegó el 2020, cuando a principios de ese fatídico año ya muchos analistas veían difícil que se pudiera cumplir con la meta oficial de crecer algo así como el dos por ciento.

La pandemia lo cambió todo en el mundo. El planeta entero entró en una recesión y México se distinguió por tener una de las peores caídas entre los países emergentes.

Para este 2021, la expectativa es que las economías del planeta reboten. La gran mayoría dejarán atrás el retroceso del año pasado y no pocos tendrán un crecimiento por arriba de la pérdida del año de la pandemia.

Pero México no, el rebote será porcentualmente importante, algo quizá superior al 5%, pero no suficiente para cubrir la caída de -8.3% del año pasado. Regresar a niveles similares a los de 2018 habrá de tardar, al menos, el resto del sexenio.

Y en estas andamos cuando ahora hay que preocuparse por un tema adicional: la inflación.

El índice general toca la puerta del 5% en términos anuales, cuando la meta es tener un aumento de los precios alrededor del 3%. Pero más que una medición general hay que atender los aumentos que más afectan al grueso de la población.

Los precios de los alimentos y de los energéticos son los que más han subido y son también los subíndices que más afectan a la población de menores ingresos.

La inflación de los alimentos, bebidas y tabacos, hasta el cierre de marzo, estaba prácticamente en 6.5% y los combustibles tenían una inflación acumulada de 14.5%. Y si nos vamos al detalle de algunos productos, como las tortillas o el pollo, los aumentos son escandalosos.

Son porcentajes que los explica mejor la persona encargada en cada familia de ir al mercado o supermercado a surtir la despensa y el que paga el tanque de gas o le pone gasolina al auto de la familia.

Muchos de ellos perdieron su trabajo el año pasado, algunos consiguieron un empleo peor pagado y no pocos trabajan en su mismo lugar de siempre, pero con menor salario.

Recesión más inflación, una mala combinación para todos. Y lo peor de todo es que la preocupación central del Gobierno es Félix Salgado Macedonio y el resto de sus candidatos, para que logren buenos resultados electorales.

 

                                                                                                                                      @campossuarez