La estela que el coronavirus ha dejado en las naciones del mundo incluye escenas de muerte, pobreza y desesperanza… y la sigue dibujando, a más de un año de que se detonara la pandemia del Covid-19.

“Ya perdí la cuenta”, suspira Sanjay, sacerdote, al mismo tiempo que administra los últimos sacramentos de un enésimo difunto de Covid-19 en un crematorio de Nueva Delhi, India, tan saturado que sus actividades ahora se extienden hasta un estacionamiento adjunto.

“Comenzamos cuando sale el sol y las cremaciones continúan más allá de la medianoche”, explica con la mirada perdida en las llamas de las hogueras y en montones de cenizas que, hace poco, eran personas.

Las familias oran en silencio en el borde de la carretera, esperando el turno de la cremación de sus familiares difuntos, envueltos en lienzos blancos, mientras las sirenas de las ambulancias que llevan otros cuerpos no dejan de sonar.

En Rusia no hay imágenes igual de dantescas hoy, pero si un futuro menos promisorio. La esperanza de vida de los rusos al nacer se redujo en casi 2 años debido a la pandemia de coronavirus, según autoridades.

Desde 2003, este indicador fue aumentando progresivamente y alcanzó los 73.3 años en 2019, antes de descender a 71.5 años en 2020. Esto, por un exceso de muertes causadas por el virus, que plantea “el mayor desafío del sistema de salud ruso”.

En América, antes de la pandemia Daisy García atendía a 80 personas por día en un comedor comunitario de la provincia de Buenos Aires. Hoy son casi mil. La joven vive en el municipio La Matanza.

El comedor está en un edificio donde también funciona un jardín de infantes, un lujo en el barrio 17 de marzo, en medio de caseríos, basurales y calles de tierra que se inundan cada vez que llueve.

“No hay descanso. Hay mucha necesidad y muchas voces que piden. La gente viene de todos lados”, relata la mujer migrante.

 

LEG