En la Ciudad de México alguna vez hubo una batalla naval, clave en la conquista de la ciudad de Tenochtitlan; inexpugnable en ese momento para sus enemigos al estar rodeada de agua. Tras su derrota en la que hoy conocemos como la “Noche Triste” los españoles, liderados por Hernán Cortés comprendieron que quien controlará el agua tendría el control de la ciudad.
Con esa idea en mente Cortés solicitó la construcción de 13 bergantines a Martín López, quien con ayuda de los tlaxcaltecas, según narra Bernal Díaz del Castillo, logró dicho objetivo. El resultado fueron naves de bajo calado dotadas de armamento y tripuladas por soldados que tomaron por sorpresa a los mexicas.
Los navíos estuvieron listos el 28 de abril de 1521, tenían la misión de navegar, vigilar y atacar en las riberas y los puentes que bordeaban Tenochtitlan para concretar el asedio al imperio azteca que facilitó a Hernán Cortés la victoria y conquista de la ciudad.
Aunque han pasado ya cinco siglos desde estos hechos, en las actuales calles de la Ciudad de México, cubiertas de asfalto, aún existen vestigios que nos recuerdan esa parte fundamental de la historia.
Testigo mudo de la historia
En el solar entregado a Martín López como recompensa por la construcción de los bergantines, ubicado en la esquina que hoy forman las calles de Moneda y Seminario, se encuentra actualmente el Museo UNAM, aunque años atrás ahí se ubicaba “El Nivel”, cantina que presumía tener la licencia número uno en la ciudad y que habitualmente era visitada por grandes personalidades, artistas y estudiantes de arte.
En 1553, el inmueble fue sede de la Real y Pontificia Universidad de México, inaugurada el 25 de enero con el objetivo de que los naturales e hijos de los españoles fuesen instruidos en cosas de la fe católica.
A lo largo de la historia diversos particulares ostentaron la propiedad; la planta baja fue usada por comercios como el Café del Correo que en 1872 dio paso a la cantina “El Nivel”.
Los cacahuates, el queso blanco y de puerco en cuadritos, con sus rajas en escabeche, botanas que acompañaban las cervezas o la bebida de casa el “nivelungo” (vodka, Pernod y licor de naranja) dejaron de servirse desde el 2 de enero de 2008, cuando el inmueble pasó a formar parte del patrimonio de la UNAM, tras ganar un juicio en contra de la cantina que venía peleando desde dos años antes.
El antiguo Hospital de San Lázaro; un lugar en el olvido
Otra de las edificaciones en pie que nos conectan con este episodio de la historia de México, es la Iglesia del Antiguo Hospital de San Lázaro, ubicado entre las calles de Alarcón y Emiliano Zapata, a un par de cuadras del metro Candelaria. Este sitio fue utilizado por Cortés para guardar armas y los bergantines utilizados en la conquista de Tenochtitlan, con la finalidad de poder volver a utilizarlos en caso de una rebelión indígena.
Perdida entre un estacionamiento, en la entrada principal del recinto se puede leer una placa que indica “Hacia este lugar Hernán Cortés estableció el fuerte de las Atarazanas por 1522”.
El templo cuenta con un hospital anexo erigido en 1572. Fue el Doctor Pedro López, el primer médico titulado de la Real y Pontificia Universidad de México, quien con sus propios recursos fundaría este hospital para personas con lepra, llevando el nombre del santo que los protegía: San Lázaro.
El edificio fue vendido a particulares en 1890 y desde ese entonces ha sido utilizado como fábrica y bodega de mercancías e incluso una vecindad, quedando poco a poco en ruinas. Fue declarado monumento histórico desde 1931, sin embargo este recinto que le dio el nombre a toda esa zona de la ciudad, incluyendo una estación del ferrocarril, una del metro y el actual Palacio Legislativo, no cuenta con un plan de rescate.
LEG