No pasó desapercibido en el mundo entero ese intento del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador de insertar ese Caballo de Troya en las leyes mexicanas para provocar que el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar, extienda su mandato como presidente de la Corte.
Nadie compró la versión del senador solitario que de mala fe incluyó un transitorio que nadie vio. La reacción presidencial y la aplanadora legislativa dejaron claro el origen, la intención y lo que puede seguir. Pero hay atención a lo que resuelva el propio poder judicial involucrado.
No son gratuitos los recuentos que ahora se hacen de la similitud de los personajes. Las frases casi idénticas de Hugo Chávez en Venezuela, con las expresadas por López Obrador en México son extractos de los manuales de propaganda del populismo.
No necesariamente llevan al mismo lugar, pero sí dejan ver tácticas de comunicación muy similares.
Pero más que la evocación de una dictadura consumada como la de Venezuela, lo que puso a México en un grado máximo de atención mundial es lo que recién ocurrió en El Salvador.
Nayib Bukele, el presidente de esa nación centroamericana se parece poco al resto de los mandatarios latinoamericanos. Podría parecerse más a Donald Trump que a los seguidores del populismo chavista del continente.
Pero hay algo que lo acerca a otros personajes, sobre todo por aquello de creer que su enorme popularidad le hace estar por arriba de las leyes y de las instituciones. Y ahora ha dado un paso que alerta a la comunidad internacional y de paso incomoda a otras naciones que también quieren tomar el camino del autócrata.
Bukele, con su enorme popularidad se hizo de una mayoría aplastante en el Congreso de El Salvador y con ella acaba de aplastar al poder judicial.
La Asamblea Legislativa destituyó a los jueces de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo y también al fiscal general.
Al mundo y en especial a Estados Unidos, no le importan tanto los pretextos esgrimidos para tal golpe contra otro poder, le importan las consecuencias de que un país de la región asuma una actitud golpista.
Y de paso, jala los reflectores hacia México donde con formas menos radicales, pero también en ese camino, está en proceso un intento de vulneración de la autonomía de un poder.
Hay que leer muy bien la reacción de la vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, para entender la poca tolerancia que La Casa Blanca puede tener con esas intentonas en la región. Harris escribió: “Tenemos preocupaciones profundas acerca de la democracia en El Salvador, a la luz del voto de la Asamblea Nacional para remover a los jueces de la corte constitucional. Una judicatura independiente es determinante para la salud democrática y una economía sólida”.
Si a Estados Unidos le importa tanto el estado democrático de El Salvador y le recuerda que un poder judicial independiente es determinante para la democracia y la fortaleza económica, seguro que este es un mensaje que los demócratas quieren que sea escuchado también en su frontera sur.
@campossuarez