Los precios de los energéticos en México acumulan un incremento anual de 28%. Las gasolinas han subido más del 35% y el gas que se usa en casa prácticamente el 40%.

La promesa del presidente Andrés Manuel López Obrador era que al menos las gasolinas nunca habrían de subir durante su Gobierno más allá de la inflación estimada en 3%, pero la realidad del mercado no sabe de promesas populistas.

De entrada, la Secretaría de Hacienda ha decidido limitar los apoyos fiscales al precio de las gasolinas. De hecho, no está nada mal que, si hay caídas tan importantes en los ingresos tributarios, Hacienda no renuncie a esos recursos que le aporta el impuesto especial que se cobra a las gasolinas.

Lo que está fatal es que la 4T haya hecho del precio de estos energéticos materia de una serie de promesas que no se podrán cumplir y que, si se empeña López Obrador en mantener su palabra de controlar los precios de las gasolinas, eso tendrá un costo fiscal extraordinario.

La caída en la actividad económica en el mundo, por la parálisis provocada por la pandemia de Covid-19, implicó una sensible baja en el consumo de los energéticos. Ahí quedará para la historia cómo hace poco más de un año en el mercado de futuros el precio del petróleo cayó por debajo de cero. Había que pagar para que alguien aceptara esas promesas de venta de petróleo.

Un año después, con el proceso de vacunación en marcha, avanzando sobre todo en países desarrollados y con claras señales de una recuperación económica, sobre todo en Estados Unidos, los precios del petróleo y sus derivados se han recuperado de forma acelerada.

Así, el WTI que el 20 de abril de 2020 se negociaba en los mercados por debajo de cero, hoy está en 65 dólares por barril. Es apenas la mitad de su nivel máximo histórico, pero en términos porcentuales sí implica un aumento muy importante respecto al año pasado.

Si el petróleo sube de precio, las gasolinas también lo hacen. Sin embargo, no es un producto que no debería ser subsidiado. En primer lugar, porque es un beneficio regresivo, ayuda sobre todo a los que más consumen, pero también porque son productos altamente contaminantes.

Si tan solo el presidente López Obrador hubiera gozado de ese pensamiento de avanzada y en lugar de defender el consumo de petrolíferos, con todo y la construcción de una refinería, hubiera tomado como política la sustitución de la combustión interna por los motores eléctricos, que se beneficiaran de la creación de electricidad a partir de fuentes limpias y no con el carbón y el combustóleo de la CFE de Manuel Bartlett, hoy la 4T estaría mostrando que tuvo la razón.

Pero es exactamente lo contrario. La apuesta es por el petróleo manejado por una empresa estatal y monopólica. Con el agravante de que su proyecto estrella, de construir una refinería en los pantanos de Tabasco, no va a quedar a tiempo.

 

  @campossuarez