La desigualdad económica y la pobreza laboral han frenado en cierta medida el avance de nuestro país por décadas. Pero, sobre todo, a su gente. Y por decir su gente, me refiero a todos: mujeres y hombres. Las conocidas clases medias y todas las personas que se encuentran en condiciones de pobreza, ya sea por ingreso o por carencia.
Dicho lo anterior, no solo los tomadores de decisiones deben incidir en el diseño e implementación de acciones cuya finalidad sea el establecimiento de un piso parejo para todos los mexicanos, así como de políticas adecuadas a las necesidades de cada uno. Con rumbo y sin privilegios. La gran riqueza de México, más allá de elementos ideológicos, debe traducirse en bienestar —en el sentido más amplio de la palabra.
La pandemia de Covid-19 impactó fuertemente a los distintos sectores de la economía nacional. Frente a la complejidad de las circunstancias, los negocios y las empresas realizaron ajustes. No obstante, como era de preverse, y de conformidad con los reportes del Coneval, esto provocó un aumento en la población en pobreza laboral. Asimismo, según el Inegi, en 2020, 1.7 millones de personas en México dejaron la fuerza laboral. Falta que sumemos 2021.
Los datos hablan por sí mismos y retratan la cruda realidad mexicana. Nos permiten dimensionar el tamaño de la problemática. Más allá de las campañas políticas, los bailes y los ataques entre unos y otros, hay cuestiones alarmantes que deberían contrastarse y construirse. Aunque todos sabemos que la forma pesa más que el fondo.
Por eso se requieren propuestas razonadas, que aborden la realidad desde enfoques atinados —sin filias ni fobias—. El piso parejo del cual hablé al inicio abarca el derecho a la protección de la salud; a la educación; a una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad; y a una vivienda digna y decorosa. También propone reducir las brechas de desigualdad: norte-sur, mujer-hombre, ricos-pobres.
No es un asunto electoral, sino generacional. Somos la generación con mayor acceso a una agenda articulada de beneficios. Sin embargo, no somos la más feliz ni con mayor bienestar. Esto es precisamente lo que los datos no reflejan. Hoy en día, eso nos aísla de lo político y nos polariza. Y se inserta en las entrañas de nuestro inconsciente y nos hace vivir en una realidad violenta, en constante desacuerdo, empática en algunos aspectos, pero alejada de una edificación consciente de nuestro entorno. Por eso las culpas al pasado, el insulto, el desprestigio y, particularmente, la curva de inacción.
Bajo este planteamiento, un “ingreso mínimo vital” cobra particular relevancia. Éste busca remover los obstáculos, de hecho y de derecho, que impiden el acceso a mejores oportunidades. Es un mecanismo que busca habilitar a las personas con el objetivo de que gocen, de forma efectiva, de los derechos que les reconoce nuestro pacto organizacional, a fin de garantizar la disponibilidad de ciertas prestaciones a quienes carecen de los recursos económicos suficientes para cubrir sus necesidades básicas y alcanzar una vida digna. Es importante trabajar en esta dirección.
Nos colocamos en un eje crítico en el país y en todo el mundo. El despliegue del ejercicio presupuestal y la dinámica no han traído bienestar consigo. Por este motivo, el bienestar debe ser una política de todos, no sólo de los gobiernos y los políticos. La dinámica económica y el ejercicio individual deben partir de esta idea y fin.
¿O será otra de las cosas que no hacemos?
Consultor y profesor universitario
Twitter: Petaco10marina
Facebook: Petaco Diez Marina
Instagram: Petaco10marina