Su futbol siempre lució invadido de nostalgia.
Sin duda, bello, cada toque al balón colmo máximo de la estética. Aunque, a la vez, nostálgico: como si por la cancha, más que correr, vagara en búsqueda de algo inencontrable; como si su cabeza se debatiera en complejos debates existenciales, súbito rostro de ausencia, introspección en medio del frenesí.
Karim Benzema, el hombre que portaba un nueve en la espalda sin serlo ni aspirar a serlo, el muchacho que se debatía entre dos patrias: “Argelia es mi país, de ahí vienen mis padres. Luego… Francia es algo deportivo, eso es todo”.
A la par, una intensa vida fuera de la cancha. Tomando prestada una frase de otra alma atribulada del balón, Zlatan Ibrahimovic, el futbol pudo sacar al niño Karim del barrio de Bron-Terraillon, pero no así ese barrio bravo de la mente del jugador. Ubicado en el banlieue o extrarradio de Lyon, ese distrito tiene uno de los mayores índices delictivos de Francia. Según las encuestas, sus habitantes admiten identificarse mucho más con el sitio del que emigraron sus padres que con una Francia que nunca les abrió la puerta a su estado de bienestar.
Según quienes le vieron crecer, sólo gracias al futbol y al esfuerzo de su padre por orientarlo, Benzema evitó un descenso a la delincuencia que buena parte de sus conocidos sí experimentaría. Por ejemplo, al enfrentar su enésimo proceso legal, su mejor amigo, Karim Zenati, clamaría ante un juez: “Nacimos en la violencia. No nos dábamos cuenta de que robar era algo grave”. Un amigo al que el atacante merengue volvería una y otra vez. Para pagarle un abogado, para asegurarse de que saliera de prisión, para buscarle un empleo, para que no le faltara nada, incluso para instalarlo en su vivienda madrileña.
El mismo Zenati que en 2015 extorsionaría a un seleccionado francés, Mathieu Valbuena, exigiéndole 150 mil euros para no publicar un video sexual en el que aparecía. Episodio en el que Benzema se vio involucrado al aconsejar a Valbuena que de inmediato pagara esa cifra.
Por ese escándalo, catalogado como complicidad en un acto criminal, Karim dejó el equipo nacional del que había sido máxima figura en el Mundial de Brasil 2014. Un lío en el que se inmiscuyó hasta el entonces Primer Ministro francés, Manuel Valls, aseverando que si un deportista no es ejemplar debe ser excluido de una representación nacional. Declaración a la que respondió el delantero, especificando que puestos a ser ejemplares, en toda su carrera jamás había sido expulsado. Al tiempo, acumulaba Ligas de Campeones con el Real Madrid bajo el abrigo de su mentor, el también francoargelino Zinedine Zidane, quien no dudaba en lanzar cohetes hacia el seleccionador, Didier Deschamps, por prescindir de su muchacho. Lo mismo Francia, sin Benzema fue campeona del mundo en Rusia 2018.
Meses atrás el retorno parecía tan imposible que la Federación Argelina quiso aprovechar la reforma de la FIFA para permitir que alguien cambie de selección, a fin de que Karim vistiera el uniforme de su madre patria.
En esas estábamos cuando sucedió lo inesperado: el hombre que juega como si por pie tuviera un violín, el espíritu que persigue el balón con nostalgia, el muchacho cuyo único crimen es no haberse podido o querido separar de las malas compañías, vuelve a la selección bleu.
Sin Benzema ya entre los favoritos para ganar la Eurocopa, con su arte no habrá mayor rival a vencer.
Twitter/albertolati