Se acordarán de la máscara de Hawkes, la que lleva el personaje de V en la película de James McTeigue “V for Vendetta”, historia que trata sobre un hipotético Gobierno neofascista que controla Inglaterra durante una realidad distópica; dicho régimen centrado en la cuasi deificación de su líder y V, el de la máscara, interpretado nada menos que por el genial Hugo Weaving que, junto con su aliada periodista (Natalie Portman), llevan a cabo un plan para derrocar al Gobierno al generar conciencia en la gente.
En ese hipotético Gobierno todo está controlado, cualquier opinión adversa al líder es inmediatamente acallada y reprimida con las peores consecuencias. La televisión y todos los medios están alineados a las órdenes y designios de los planes del tirano que manipula a todo y a todos para conseguir lo que quiere y, sobre todo, mantener el poder absoluto sobre sus gobernados.
Esta metáfora, por más fantasiosa y distópica, podría parecer criticar cualquier cantidad de tiranías en el mundo, aunque no lo hace, por que no habla de nadie en particular que se pueda saber que exista en el mundo real y, como siempre, la película tiene al final una leyenda que dice que “los personajes y eventos aquí representados son ficticios y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”, y bueno, todos sabemos que es sólo una película. Pero cada uno le podría poner la cara de su líder megalómano favorito y sí, habrá muchas coincidencias.
Porque, así como las historias de amor, los dramas, la acción, incluso la ciencia ficción o casi cualquier género cinematográfico, nos sirve para representar cosas que vivimos en nuestro día a día y poder discutir de temas relevantes, así el cine siempre ha tenido una veta anárquica. Anarquismo que estará constantemente en contraposición a la tiranía de las ideas, a favor del pensamiento individual y de la creación que puede provenir de un espíritu libre.
Las hermanas Wachowski, escritoras de esta película y autoras nada menos que de “Matrix”, nos han demostrado que se pueden hacer películas gigantes de presupuesto y dirigidas al mainstream, de apariencia tal vez industrial e incluso superficial e inocua. Pero que a la vez hablan de temas profundos, critican a la sociedad, la voracidad de algunos líderes y nos hacen cuestionar nuestra manera de ver el mundo.
En “El Ángel Exterminador”, estelarizada por Silvia Pinal, Luis Buñuel nos presenta un banquete en una casa de clase alta, en la que los comensales después de haber tenido una lujosa cena, cuando tratan de abandonar la mesa y regresar a sus hogares, encuentran que es física e inexplicablemente imposible abandonar la casa anfitriona. Aunque el mismo Buñuel nunca aclarara la simbología de esta historia, a mi punto de vista, esos personajes representan una élite que ya no puede salir de la trampa que ellos mismos han creado para llegar a la cima.
En cambio, nosotros, el público que ve las películas ya sea en la oscuridad de la sala de cine, o la intimidad de nuestra recámara; tenemos la ventaja de contar con el anonimato de la máscara de Hawkes. La diferencia entre las masas manipuladas por los poderosos tiranos y esas otras masas, las que salen espontáneamente, las que hacen conciencia, es que ésas no se manifiestan por la ideología o por el dogma, o por dar gusto a algún líder, sino por el simple hecho de poder mantener su individualidad, su sensibilidad, punto de vista, preferencia sexual, opinión y la legitimidad de su búsqueda por vivir de una manera libre.