Selva trágica trae bajo la manga haberse estrenado en la 77 Muestra Internacional de Cine de Venecia, en 2020, dentro de la competencia de la sección Orizzonti, y que su directora, la mexicana Yulene Olaizola, ganó un Ariel 13 años atrás con su opera prima Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, además de 30 premios internacionales desde aquel debut en 2008, todo un récord para una realizadora.
Sin embargo, la mejor carta de presentación, no cabe duda, es que a partir del próximo 9 de junio el quinto largometraje de Olaizola se transmitirá en 190 países con la plataforma de Netflix, aunque quienes aún van al cine en México podrán verlo antes en pantalla grande en Cineteca Nacional y en Cineteca FICG de Guadalajara, a partir de este jueves 3 de junio y hasta finales de julio próximo.
Selva trágica sigue así el camino que allanaron la multipremiada Roma (Cuarón, 2018) –que también se estrenó en Venecia y se llevó el León de Oro– y Ya no estoy aquí (Frías de la Parra, 2019), exhibidas comercialmente en esa plataforma, ambas con pésimo y polémico subtitulaje en español ¡del español!.
La producción de Pablo Zimbrón y Rubén Imaz se ambienta en 1920 (bien pudo ocurrir en cualquier otra época, en realidad), en la región fronteriza entre México y Belice, donde la joven mulata Agnes (la bellísima actriz beliceña Indira Rubie Andrewin, de 1.80 de estatura) huye por el río con su hermana enfermera Florence (Chaunté Lotoya Obispo) y el guía Norm (Cornelius McLaren), perseguidos por un cacique inglés (Dale Carley) que busca venganza porque la doncella desdeñó su propuesta matrimonial.
Una de las pocas frases de la virginal Agnes es su diálogo con Florence, tras haberla visto fornicar con el guía y de preguntarle sobre su experiencia sexual con tantos hombres: –Florence: Debiste casarte con el inglés, eres lo suficientemente blanca para que te aceptara como su esposa. Yo, a los hombres, les hago creer que tienen el control; después, hago con ellos lo que quiero. –Agnes: No somos iguales.
La virgen fatídica encarnada desde los mitos de Diana o Artemisa, las valquirias, las amazonas…
La cacería termina con los asesinatos de Florence y Norm; la protagonista queda herida y, después de un delirio onírico, o quizás metafísico, es hallada por un grupo de chicleros que la toman como rehén.
Con guion de la misma Yulene Olaizola (Ciudad de México, 1983) e Imaz, Selva trágica toma el nombre de la novela de 1956 del peruano Arturo D. Hernández basada en el testimonio de una mujer secuestrada cuatro años por capahuanas antropófagos en la Amazonía, pero se aleja del realismo social y del choque cultural que se desarrolla en aquel relato para someterse a los clichés del realismo mágico.
La atmósfera inicial de belleza perversa con los árboles de chicozapote (Manilkara zapota) heridos, vejados, violados geométricamente por manos humanas para extraer la savia con la que se producirá el chicle (del náhuatl tzictli) –que uno de los raspadores mayas enseña a mascar a Agnes–, se agobia para condenar a los chicleros a un infierno verde adonde llegan por sus pasiones: la ambición y la lujuria.
Un submundo de hombres que se autodestruyen en entorno salvaje, primitivo, que los vuelve salvajes y primitivos, mero instinto, como en El tesoro de la Sierra Madre (Huston, 1948), basada en la novela de Bruno Traven, ambientada y filmada también en regiones selváticas de México, aunque sin la lujuria.
Méritos tiene: su rodaje de siete semanas en la selva del sur de Quintana Roo y el río Hondo, en la frontera con Belice, que permite recordar clásicos del cine mundial, como Fitzcarraldo (Herzog, 1982), Aguirre, la ira de Dios (Herzog, 1972) o La misión (Joffé, 1986), e incluso filmes hechos ya en regiones selváticas mexicanas como Cabeza de Vaca (Echeverría, 1990) o Apocalypto (Gibson, 2006).
No es gratuito, la selva es la protagonista desde el arranque del filme, con la advertencia en maya de uno de los chicleros indígenas sobre la atención que debe prestarse al lenguaje de la naturaleza, que a la postre permite a la historia invocar la mitología local, personificada en Xtabay, la femme fatal maya. De hecho, en el destino de los hombres –sin ser spoiler– no se puede evitar recordar la frase final de La vorágine (1924), la novela amazónica, alrededor del caucho, del colombiano José Eustasio Rivera, que el mexicano Miguel Zacarías adaptó al cine como Abismos de amor (1949): “¡Se los tragó la selva!”.
La selva también protagoniza otra novela clásica sudamericana, del venezolano Rómulo Gallegos: Canaima (1935), una adaptación exitosa más para el cine mexicano, cuatro años antes, con Juan Bustillo Oro, a cuyo personaje, Marcos Vargas (Jorge Negrete en el filme), también se lo traga la selva.
Selva trágica también es un respiro visual e imaginativo al boom de cintas sobre el narcotráfico y la violencia en México, que ha redituado con premios en festivales, aunque su temática sea también la violencia y la desigualdad que privan en el país gestadas en la concentración del poder y colonización.
Olaizola ha insistido en que su filme es un western en la selva, con frases y mitología mayas. No. Sin duda es un gran salto desde su documental estudiantil casero Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo. Pero la tragedia en la selva –la tragedia griega, que inspira al western, con el héroe como problema y no como solución, según recuerda el filósofo inglés Simon Critchley en su magnífico libro La tragedia, los griegos y nosotros (Turner, 2021)– está lejos de ese género clásico estadounidense.
Sorprende, por otro lado, que una cineasta y guionista como Olaizola reproduzca hoy uno de los clichés machistas más socorridos desde el nacimiento del cine –en particular el hollywoodense pero también en obras maestras europeas como La caja de Pandora (Pabst, 1929), El ángel azul (Sternberg, 1930) o Freaks (Browning, 1932)–, que explota el mito bíblico de Eva: la mujer como la perdición del hombre.
Agnes-Xtabay-Eva-Pandora-LolaLola-Cleopatra, falsa sumisa, queda atrapada, con desenlaces trágicos, entre la sospecha y el deseo de la pandilla de chicleros, varios de origen maya (situación que, por la baja estatura de éstos, llevó a Arturo Garibay, del portal TopCinema, a atreverse a preguntar a Olaizola, en entrevista, si había “analogía” de sus personajes con Blancanieves y sus siete enanos, lo que motivó la risa de ambos. Sin embargo, hay una comedia de Ismael Rodríguez, Blancanieves y sus 7 amantes (1980), con Sasha Montenegro, donde la femme fatale naufraga y llega a una isla exuberante habitada en paz por siete criminales, quienes al buscar seducirla se van exterminando uno tras otro).
Selva Trágica fue seleccionada en 12 escaparates globales, desde la Muestra Internacional de Cine de Venecia, donde obtuvo dos premios del circuito alternativo: el Bisato D’Oro de los críticos independientes a Mejor Dirección y el Sorriso Diverso a Mejor Película Extranjera de interés social. En Francia cosechó el Premio del Público en Biarritz y en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG), el Mezcal a Mejor Fotografía, para la colombiana afincada en Nueva York Sofía Oggioni, que ya había experimentado la selva con los cortos de Amazonas (2016), de su compatriota Carlos Moreno.
Esa edición de la Mostra, por cierto, Michel Franco ganó el Gran Premio del Jurado por Nuevo Orden.
Otros aspectos destacables del filme: que la mezcla de sonido está a cargo de Jaime Baksht y Michelle Couttolenc, los flamantes ganadores del Oscar a Mejor Sonido por su trabajo en Sound of Metal (Marder, 2019); la música es de Alex Otaola, ex Santa Sabina y hoy en San Pascualito Rey.
El diseño de producción, de Luis Rojas Luino, también se lleva las palmas por el reto que implicó domar a la divina selva, después de su trabajo en las memorables Mr. Pig (Luna, 2016) y la maravillosa Ayer maravilla fui (Mariño, 2017), además de banalidades como Casi treinta o From Prada to Nada. A él se suman la gran labor de Samuel Conde, en vestuario, y de Gerardo Muñoz, en el maquillaje.
En el elenco se tuvo tino al mezclar gente de gran trayectoria como Eligio Meléndez, ganador del Ariel en 2018 a Mejor Actor por su interpretación de Evaristo, en esa joya poética y dolorosa de Ernesto Contreras, Sueño en otro idioma (2017), Gilberto Barraza (Cría puercos, La jaula de oro, La mexicana) o Lázaro Gabino Rodríguez (El infierno, Los crímenes de Mar del Norte), con actores mayas como Mariano Tun Xool, Marcelino Cobá Flota, Antonio Tun Xool, Eliseo Mancilla, Mario Canché Pat y José Alfredo González Dzul; y beliceños afroamericanos, como la misma Indira Rubie Andrewin, Chaunté Lotoya Obispo, Nedal Mclaren Gildon Rowland, Ian Flowers, Noel Lodge y Romeich Earlan.
Los méritos técnicos en una producción de esta naturaleza, literal, son incuestionables: José Miguel Enríquez se encargó del sonido; Federico González Jordan, del sonido directo, fundamental en un ambiente propicio al error como la selva; Imaz, Olaizola, Israel Cárdenas y Pablo Chea, de la edición.
Los festivales y Netflix sin duda apreciaron el exotismo de Selva trágica, su aparente misticismo primitivo, sobre todo después del deleite que fue esa obra maestra del cine colombiano, El abrazo de la serpiente (Ciro Guerra, 2015), también filmada en medio de la Amazonía y con el caucho de villano inerte, ganadora del Premio Art Cinema en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2015 y nominada al Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa. Habrá que ver la recepción del Respetable.
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