Uno de los principales aprendizajes que han arrojado las elecciones del pasado domingo y las campañas que las precedieron es la consolidación de nuevas formas de comunicación política para la persuasión y convencimiento de un electorado cada vez más heterogéneo.
El esquema de esta comunicación es, básicamente, el mismo que ha prevalecido desde la segunda mitad del siglo pasado, estructurado en cuatro grandes pilares: emisor (candidato), mensaje, canales de transmisión y receptor, que es el elector.
Es en este último eslabón en el que se expresan las mayores transformaciones, resultado de una forma renovada de comunicación que se expresa a través de plataformas digitales, redes sociales y de una imparable multiplicación de fuentes de información.
Las campañas electorales siguen siendo el terreno de las emociones por encima de la razón, en el que la saturación de mensajes obliga a los candidatos a encontrar formas cada vez más astutas, si así se puede decir, para incidir en la percepción que el electorado tiene de ellos y colocar sus propuestas en el ánimo de la gente.
Así como sucedió con la radio hace un siglo y con la televisión a partir de 1956, cuando surgió el primer spot en la campaña presidencial de aquel entonces en Estados Unidos, hoy las principales plataformas de difusión de contenidos electorales resultan ser las redes sociales.
En el siglo pasado, el espectro electrónico orilló a los candidatos a codificar su lenguaje y a elaborar mensajes más contundentes durante sus interacciones con la sociedad. La forma de hacer política se vio totalmente transformada. Hoy, con las redes sociales, sucede lo mismo.
No es novedad hablar de Instagram, Facebook, TikTok y de WhatsApp como los principales canales para el envío de mensajes, para las campañas de contraste y como escenario de las guerras sucias. Su uso como herramienta electoral también responde a una lógica estratégica, en el que existen códigos en el uso del lenguaje y en la producción de ejecuciones, todo con el fin de lograr un impacto positivo en las audiencias a las que se pretende llegar.
La saturación de plataformas ha provocado una serie de desviaciones en el uso de las redes en tiempos proselitistas. Cada vez es más común, y de ahí las críticas que han surgido, ver a candidatos ubicados en los extremos de la bufonada para atraer la atención de una gran mayoría de electores que definen su voto a partir de la percepción que se tiene de una persona y no sobre la base de una oferta política.
Entender más que condenar este nuevo fenómeno será imperativo para los procesos electorales que se avecinan en nuestro país y en el resto de América Latina. Evitar excesos como los vistos en Nuevo León será uno de los retos de esta forma de comunicar que se ha instalado, como la radio y la televisión en décadas pasadas, definitivamente en el ánimo de nuestra sociedad.
Segundo tercio. No se trata de dejar atrás la comunicación política tradicional, la que se expresa a través de mítines, radio, televisión o espectaculares, sino de consolidar este nuevo ingrediente, el de las redes sociales.
Tercer tercio. Un sector de la vida electoral que habrá de replantear sus instrumentos es el de las encuestas. Todas las empresas dedicadas a los estudios de opinión se dicen ganadoras a través de resultados certeros. Pocas, muy pocas, lo lograron.
@EdelRio70