Olivia Rodrigo, una de las cantantes pop más populares de 2021, recita en su canción “jealousy, jealousy” una verdad muy cierta como para ignorarla: las redes sociales nos llenan de mucha más miseria que de alegría. Porque no podemos evitar compararnos con los demás, tanto física (de quién tendrá el cuerpo de ensueño o quién no) como emocionalmente (quién tendrá la mejor vida o la mayor cantidad de éxitos).
Es poco probable desmentirla cuando hasta la empresa dueña de Facebook e Instagram decidió poner como opcional ver o no la cantidad de “me gusta” dentro de una publicación. Tiene lógica, porque el ver cuantos likes tiene una foto nuestra puede provocar una obsesión enfermiza, por determinar cuánta popularidad tenemos en comparación con otros. El problema se incrementa si empezamos a jerarquizarnos por los seguidores, o cantidad de comentarios que hay dentro de nuestro círculo social, o peor aún: nos dejamos llevar por la cantidad de respuesta que recibe una celebridad, increíblemente mayor a la nuestra.
Pensamos que nuestra calidad de vida se evalúa con eso.
No estamos en un capítulo de Black Mirror, la tétrica parábola de ciencia ficción encargada de criticar a la tecnología, pero si no lo evitamos, podemos caer con facilidad en ese hoyo negro.
Si nos detenemos a analizar las fotografías y stories de la gente que seguimos, también podemos caer en una idea equivocada de lo que son sus vidas, y automáticamente, de lo que es importante en las nuestras. Sobre todo cuando vemos momentos en apariencia épicos, porque estamos siendo testigos de actores y creadores de contenido profesionales enmascarados como personas “normales”, como nuestros “amigos”.
En lugar de valorar desde un ojo crítico todo lo ocurrido detrás de escena, solemos enfocarnos en el montaje presente en pantalla. En un universo donde lo más valioso es la cantidad: de lugares, personas y momentos vividos, como si la existencia simplemente fuera un collage de sonrisas. Vivir en el mundo idílico del feed del popular de la universidad no solo es vivir en el delirio, si no también es caer redondito en complejos de inferioridad totalmente innecesarios.
Además, si nos metemos al tema del consumo excesivo de pantallas, con una línea de tiempo prácticamente interminable (para “dejarte picado”), entonces claramente nos vamos a sentir menos para cualquier cosa, o que todo es una carrera a contrarreloj, y que si no has hecho el viaje, o conseguido la pareja, u obtenido el cuerpazo a los 25 años, ¡ya valiste!
Ni que hubiera otras etapas de vida o ni que existiera el concepto de “cada quien a su ritmo”. No, no, no: en este juego, todos debemos sentirnos parte.
Lo mejor para no caer en esa espiral podría ser olvidarnos de los likes. O simplemente empujar el celular cuando estamos en hora de descanso. ¿De qué nos sirve estar mirando fijamente a la foto estrella del guapo o la guapa de la escuela, fuera de auto-sabotearnos?
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