Francisco Diez Marina Palacios

Hablar del reforzamiento y del ensanchamiento de las clases medias implica abordar un tema que se construye a partir de distintas aristas, tales como el control de la pobreza extrema.

En los últimos años, China se ha convertido en un referente en la materia. En menos de una década, y a un ritmo acelerado, casi 100 millones de chinos salieron de la pobreza. Lo anterior fue resultado, entre múltiples factores, de los compromisos internacionales que el país asiático contrajo en la Agenda 2030.

Ahora bien, este objetivo requirió una estrategia con perspectiva a largo plazo. Se estima que en los últimos 40 años, casi 800 millones de personas superaron su condición. Asimismo, el modelo chino produjo un impacto global: de acuerdo con el umbral de pobreza internacional establecido por el Banco Mundial, China acumula 70% del total de la población mundial que ha vencido la pobreza.

Asimismo, este logro se debió al traslado de la población rural al ámbito urbano y a las grandes metrópolis, puesto que los niveles de bienestar aún son bajísimos en las zonas rurales. De modo que la concentración de población en las ciudades ha favorecido el florecimiento de las clases medias.

Otra variable que contribuyó a contener la pobreza fue la inversión —en infraestructura y tecnología— entendida como palanca de crecimiento. Según el reporte titulado Estudios de alivio de la pobreza en China: una perspectiva de economía política: “[…] en la década de 1990, por cada punto porcentual de aumento en el PIB de China, la población rural pobre se redujo en  0.8%.” 

Mucho de lo que vanagloriamos de los países más desarrollados es el poder de sus clases medias. De conformidad con los datos del Banco Mundial, el promedio del ingreso per cápita para la clase media en la región de América Latina y el Caribe es de 8 mil 313 dólares. Mientras que en América del Norte es de 58 mil 70 dólares; entre los miembros de la OCDE es de 38 mil 195 dólares; y en la Unión Europea es de 33 mil 715 dólares.

Sin embargo, Chile, Panamá y Brasil son la excepción a la regla. Rebasan la cifra per cápita promedio con ingresos anuales de 15 mil 346 dólares, 15 mil 87 dólares y 9 mil 821 dólares, respectivamente. No obstante, es posible advertir una brecha cuando se comparan los números con los de Estados Unidos (59 mil 531 dólares) y de Canadá (45 mil 32 dólares).

Por lo tanto, en México debemos trabajar de manera apremiante en la generación de políticas públicas serias, no en la articulación de programas de transferencias directas, que planteen esquemas relevantes para la creación de condiciones de igualdad en un piso mínimo. Dentro de los ejes más importantes a tratar se encuentran el acceso a una educación de calidad, a los servicios de salud y a una vivienda digna.

Aprendamos de los casos de éxito registrados, y cerremos filas en torno al abatimiento de la pobreza y al fortalecimiento de la clase media mexicana.


¿O será otra de las cosas que no hacemos?

Consultor y profesor universitario

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