Dogme 95 era una ocurrencia, algo que en su momento sonó disruptivo. Y claro, pon a dos grandes directores a la cabeza, como Lars Von Trier y Thomas Vintenberg y, naturalmente van a hacer dos obras geniales con esas ideas. Festen (La Celebración, 1998) e Idioterne (Los Idiotas, 1998). Dos directores escandinavos que querían hacer ruido para atraer algo de atención a sus carreras y de cierta forma, si eso era posible, crear un movimiento artístico, o al menos provocar algo de cobertura mediática.

Como saben, el cine siempre ha sido un medio caro: producir una película cuesta dinero, millones, decenas o incluso cientos de millones de dólares en el caso de las películas más caras. Para los que nos dedicamos a esto, es una constante frustración estar pensando, bueno, tengo esta idea, pero de dónde voy a sacar el dinero.

Me imagino que en una tarde de copas Lars y Thomas se tomaron unas cuantas cervezas y un Gammel Dansk o un Snaps y decidieron que “alguien tenía que hacer algo”. Así es como salen las grandes ideas ¿no? Entonces inventaron un decálogo, que básicamente, resumido para no extendernos demasiado, dice lo siguiente:

Las películas se tienen que producir con lo que hay a la mano en el momento que se filman. Todo, incluyendo luz, música, sonido. O sea, nada de costosos equipos de iluminación, ni soundtracks con el artista pop del momento o intrincadas obras orquestales. Si querías música en tu escena, pues tendrías que traer a un grupo que tocara en vivo en el momento que sucedía la acción y que fueran parte de la secuencia, o poner a un actor a tocar o cantar durante la escena.

Lo mismo aplica a la cámara. Lo que puedas hacer con la cámara en mano esa es la regla básica, o bueno, si la pones sobre una silla está bien, pero no puedes traer una grúa robotizada, como sí se hace en las producciones grandes o algún sofisticado sistema estabilizador.

Lo que más me llama la atención es el “voto de castidad” que es tan extremo, que ni ellos mismos lo respetaron en sus dos películas seminales. Se trataba de que el director renunciara a su crédito como tal, ya que de cierta manera lo “único” que estaría haciendo era captar los momentos de realidad que debería extraer a los actores. Nada de ser el “creador” o “autor”, esos eran términos que aumentan lo artificial de la obra, ya sé, rompí la regla al llamarla “obra”, pero cómo la llamaríamos entonces ¿subproducto? Eso no lo aclaran en el manifiesto.

Lo que es aún más interesante y profético del manifiesto que surgió en 1995, es que estaba adelantado unos cuantos años, 10 o 15 tal vez, a lo que sería la producción audiovisual predominante, de la cual se generan hoy en día millones de horas al año y las audiencias crecen exponencialmente a nivel mundial. Tal vez ya no lo llamamos películas, pero son obras, piezas o subproductos audiovisuales creados por personas, que no se llaman a sí mismos directores con una cámara en mano. Que ven su vida, una historia real, en un entorno común, sin mayor producción o pretensión y que hoy conocemos como YouTubers.

Como dijera Lars Von Trier al tratar de explicar el movimiento: menos, es más.

 

  @pabloaura