En el transcurso de 2020, hubo algunas personas, desde el sector privilegiado, que me describieron cómo ese año, considerado para muchos de los peores de la historia, había sido perfecto. Lo sintieron una pausa necesaria, una oportunidad para reflexionar sobre su lugar en el mundo, sus prioridades y su forma de vida, básicamente. Sin embargo, para quienes no gozan de mucha seguridad, o simplemente extrañan socializar, salir a diestra y siniestra de bares o antros, o solamente sentir lo palpable de la interacción humana, el año pasado fue uno muy duro. Había dos polos muy claros: quienes encontraron una oportunidad de crecimiento interno, y quienes sólo estaban haciendo planes para cuando acabara un invierno más largo que los de Westeros.

Pero al vivir ya casi año y medio en esta situación, el consenso es distinto. Por un lado, claro, nos adaptamos a este modo de vida, más, por otro, todos sentimos ya un hartazgo colectivo. Se ve en todos los restaurantes ya abarrotados de gente o en las reuniones con amigos cada vez más grandes. O en las idas a centros comerciales. Porque ya no solo extrañamos, necesitamos de esa conexión social.

Prueba de ello fue la emoción de las dos semanas de cuando estuvimos en semáforo verde, porque hubo esperanza: “¿qué pasa si es verdad?”, “¿esto es un sueño?”, entre otro tipo de alegrías.

Porque el verde es señal de ir hacia adelante, de avance y prosperidad, o por lo menos eso dice la calle.

Pero no, duró muy poco para ser verdad, pues ahora la Ciudad de México vuelve al amarillo. Con ello, regresan las historias de los casos, la incertidumbre (en especial para los no vacunados) y las puertas cerradas.

¿Cómo ocurrió esto? ¿Por qué dimos pasos hacia atrás?

Si queremos buscar culpables, hay varios lados hacia dónde voltear.

Uno es el ritmo de vacunación en el país. Para poder controlar el Covid-19, es importante contar con un sistema veloz y eficiente, para inmunizar a las personas lo más rápido posible y mientras se pueda, evitar casos graves o mortales del bicho. Si queremos ver ejemplos, Reino Unido y Estados Unidos, quienes tuvieron una estrategia muy acelerada, están ya casi del otro lado, con el ojo en el cañón para las nuevas variantes y reactivando su economía.

Otro problema es la falta de apoyo de países externos. Aunque el discurso nacionalista funciona por un rato, a la larga, el nacimiento de peligrosas mutaciones del virus puede alentar el proceso de reconstrucción, o, en el peor de los casos, regresar al más poderoso de los países al punto de inicio.

Y otro error son las actitudes completamente irresponsables. Sí, ya todos estamos hartos. Mas por lo menos ya hay una salida al final del túnel. Solo recordar lavarse las manos y usar el cubrebocas cuando salimos, nos puede ser de gran ayuda.

Porque aunque ya muchos se dejan llevar por lo pésimo o lo fatal, no hay que perder el mensaje principal: la guerra contra la pandemia aún no ha terminado.

Solo con el esfuerzo de todos, podremos hacer del verde una realidad permanente.

 

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