Hernán G. H. Taboada
Un trasfondo explicativo de los problemas en América Latina se entrevé en lo que muchos todavía llaman raza como factor o señal de desigualdad. El nombre es inexacto, vago, anacrónico, políticamente incorrecto y responde a categorías perimidas: no hay razas, dijo ya José Martí. Es sin embargo de uso extendido en el habla latinoamericana, se utiliza con cierta inocencia y alcanza hasta textos periodísticos y académicos. En su imprecisión marca una diferencia entre nuestra región y aquellas otras donde tradicionalmente hay semejanza en el aspecto físico de pobres y ricos, como era Europa antes de las recientes migraciones desde Asia y África, o en regiones donde la diferencia fenotípica no presenta correlatos con la posición social, la riqueza o la estimación, como en los países árabes.
La misma inconsistencia e ignorancia con que se usa el término es señal de su permeabilidad. Hace referencia a una serie de rasgos genéticos, fenotípicos, sociales, culturales y psicológicos que de alguna manera se manifiestan en el aspecto exterior de una persona, entre la mayor ambigüedad y vaguedad. Captar tales rasgos requiere entrenamiento, el dominio de un amplio vocabulario, sumamente flexible y matizado, hecho de gradaciones y eufemismos. Tal entrenamiento está extendido en una población que sabe descubrir las huellas exteriores y aun internas más recónditas con que ubicar socialmente a un individuo y de ahí determinar su éxito social y laboral.
Es el racismo latinoamericano un racismo que niega serlo, sin apartheid formal, Ku Klux Klan, numerus clausus o partidos hegemonistas, con un anecdotario o un humor que más que hostil es irónico en torno a la situación, la cual está puntuada de cada vez más frecuentes declaraciones de igualdad, tolerancia, multiculturalismo y apertura. En su sutileza ha logrado persistir sin suscitar las manifestaciones y revueltas que vemos en Estados Unidos y aun Europa.
Se remonta a la Colonia; la independencia creyó solucionarlo con cambios jurídicos y de vocabulario pero persistió y quizás se agudizó bajo las repúblicas modernizadoras. El México de la Revolución y de décadas de indigenismo oficial en libros de texto y monumentos oficiales no pudo eliminar la actual discriminación hacia los indios. Las diferencias entre blancos y negros continúan en la misma Cuba socialista, con desigualdad de niveles educativos, de patrones habitacionales, de mentalidad y sociabilidad. Se habla de su permeabilidad hasta las capas más profundas del subconsciente, hasta los modelos estéticos y el lenguaje cotidiano. Se hacen notar como sus marcas la citada sensibilidad hacia las diferencias, las imágenes de televisión, telenovelas y publicidad, que retratan un mundo completamente distinto al de la calle.
La frecuencia con que esta situación se hace notar no debe impedir ver ciertos cambios y acciones para profundizarlos, a despecho del discurso sobre la inmutabilidad y el eterno retorno en nuestras sociedades. La situación actual no es la que retrata la narrativa del siglo XX, por ejemplo, los citados modelos estéticos en el cine tampoco son los mismos que hace medio siglo, hay un discurso cada vez más asumido por todos sobre la inclusión y contra la discriminación.
Son cambios en la superficie que revelan otros más profundos, los cuales responden a movimientos de opinión ecuménicos, pero no como una copia más, sino que también responden a esos movimientos sociales que periódicamente estallan en los lugares más inesperados de América Latina.
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