La indemnización es lo que menos le importa a la familia de Juan Luis Díaz, uno de los 26 muertos en la tragedia de la Línea 12 (L-12) del Metro. Su dolor es tal que tampoco le obsesiona el castigo a los culpables.
Desde el colapso de un tramo elevado, entre las estaciones Tezonco y Olivos, el pasado 3 de mayo, Juliana Torres no para de preguntarse: ¿Por qué Juan Luis?, su esposo durante 20 años, viajaba en los vagones que se desplomaron ¿Cómo pudo sucederle a él?
Chofer en una empresa de lácteos, el hombre de 38 años salió vivo del siniestro, pero murió de un paro cardíaco en un hospital cercano a la estación donde ocurrió el hecho, que dejó además un centenar de heridos. Juan Luis no solía usar el Metro, cuenta Luis, su hijo de 18 años.
“Desde ese momento nuestra vida cambió, dio un giro total”, comentó Torres, de 39 años, intentando no llorar.
Un peritaje preliminar de la firma noruega DNV -contratado por el Gobierno local- asegura que la causa del accidente fue una falla en la construcción del puente, y hoy presentará el segundo de tres informes.
Sin embargo, Torres descarta demandar a las autoridades o las empresas que construyeron la L-12, en contraste con las familias de 14 fallecidos y sobrevivientes.
Los abogados de esas personas planean acudir a tribunales de EU, aduciendo que algunas de las empresas que edificaron el tramo tienen presencia en ese país.
“No se vale que lucren con el dolor”, indica no obstante Torres, quien tampoco busca responsables. “Con que me muestren al culpable no voy a ganar nada. ¿Sentirme bien? No creo, nunca volveré a sentirme bien”.
LEG