La historia de México tiene en el 17 de julio de 1928 uno de los hechos más violentos en su haber. Ese día, un solitario hombre se introdujo en el restaurante La Bombilla, en el barrio de San Ángel, en la capital del país y, sin más, disparó en contra del general Álvaro Obregón quien murió en el acto. La confusión no fue impedimento para que el asesino fuera detenido junto con el arma y unos papeles en los que se vislumbraban algunas caricaturas. Su nombre: José de León Toral.
Narran las anécdotas que aún perduran en los papeles amarillentos de diarios de la época como El Universal o la mismísima Prensa, que tenía algunos meses de haberse fundado, que León Toral actuó solo y logró estar frente a frente con el general, a quien odiaba por ser uno de los artífices del control y la limitación del culto religioso en México que devino en la Guerra Cristera, porque se presentó como un caricaturista e hizo algunos bocetos de los presentes, diputados incluidos.
Impulsado por su ideología cristiana, José de León Toral se convirtió en el “fanático” que decidió ofrendar su vida en pro de una causa que creía justa, la de la iglesia católica, pero, sobre todo, la libertad de culto religioso. El asesinato del general Obregón, quien en julio de ese mismo año había ganado la elección para reelegirse como presidente de México, culminó con el fusilamiento del “mártir cristero” la fría madrugada del 9 de febrero de 1929 en Lecumberri. El país no volvería a ser el mismo.
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¿Quién era José de León Toral?
Antes de que la historia llevara a León Toral a ser uno de sus referentes del Siglo XX, la minería parecía ser su destino natural. Hijo de mineros de Coahuila, el futuro futbolista del América nació el 23 de diciembre de 1900 en Matehuala, San Luis Potosí, por lo que en plena juventud (a los 26 años) le tocó vivir la aprobación de la Ley Calles y el posterior cierre de templos católicos y Guerra Cristera.
Sobra decir que el joven era un ferviente religioso y los domingos los dedicaba a la misa, pero, también, a reunirse con ministros del culto, padres, sacerdotes y hasta monjas que ideaban secretamente cómo poner fin a la embestida gubernamental en su contra. León Toral era un activista católico-conservador.
Le sabía a la pelota
Si el joven José se hubiera encaminado por su otra pasión, el futbol, la historia hubiera sido otra y su nombre estaría encumbrado en letras de oro, y no rojas, en los anales de la memoria colectiva, esa que se construye y transmite de voz en voz.
En 1918 el joven entró a jugar al Club Unión, que no era otro que el América.
De 1918 a 1920 el equipo crema cambió su nombre a Unión cuando se fusionaron los equipos de futbol de aquel entonces provenientes de los colegios de los Hermanos Maristas de Alvarado, La Perpetua, Saviñón y San José. Era natural que León Toral se uniera a sus “hermanos” para defender la camiseta del equipo.
Según alguna entrevista que el activista católico brindó a algunos medios cuando estaba preso, entrar al equipo de futbol no se le dificultó pues en su niñez había sido un apasionado del deporte y había practicado gimnasia, box, basquetbol y hasta esgrima.
Debido a que ya desde esa edad tenía inclinaciones políticas y su lado del corazón religioso palpitaba más fuerte que el del deporte, el joven de entonces 18 años sólo disputó algunos encuentros previos a la tradicional Copa Amistad que organizaba el Club Asturias… Su destino sería otro.
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“No hay listas de los jugadores que participaron en esa copa. Posiblemente haya estado. Al América se acercaron 16 jugadores de los colegios maristas y algunos se mantuvieron como Carlos Garcés o Perico Legorreta para la época del tetracampeonato”, narraba en 2016 a Adrenalina el historiador oficial del América, Héctor Hernández.
En cartas que Proceso dio a conocer en 2012, uno de los artífices del atentado fallido en contra de Obregón en 1917 (intentaron asesinarlo con bombas caseras), Rodolfo Pro – a quien exiliaron a La Habana tras el crimen – le escribía al futbolista: “Siento que no se haya consumado la valiente acción de tus hermanos. Uno centró, el otro remató y tú viste todo desde tu posición de portero. Sólo Dios Nuestro Señor sabe si algún día te cambiarán a delantero”.
“Sigo con lo del futbol y le tiro a lo más alto. También continúo con lo del dibujo y trabajo por la causa religiosa”, le respondía el joven Toral a Rodolfo en otra carta.
Tras consumare como “delantero”, tal como Rodolfo Pro había previsto en su carta, y ser capturado, el juicio (que serían los tiempos extras) en contra de José de León Toral fue épico debido a lo mediático del asunto y las narraciones cuasi poéticas que su abogado, Demetrio Sodi, hizo del asesinato.
“Yo descargué la pistola, no supe cómo hacían presión mis dedos sobre el gatillo; las detonaciones llegaban a mis oídos como ecos lejanos de ruido que se pierde”, narraba el abogado ante el asombro de los presentes, reproduciendo cada una de las palabras que su cliente le había confesado.
“Se me dieron golpes, golpes rudos; tal vez yo los percibía como si fuesen golpes dados con una almohada; así eran de suaves para mi cuerpo. Bajé los ojos, esperé tranquilamente ser muerto en aquellos momentos, y no me importaba, porque desde el primer paso que di persiguiendo al señor general Obregón cuando me determiné a arrancarle la existencia, cuando creí que cumplía con el deber de salvar lo que para mí es un credo religioso, santo, no tuve oportunidad ninguna para poder reflexionar sobre cada uno de los hechos que ejecutaba en el momento de la perpetración del acto que deliberadamente había yo querido y resuelto ejecutar”, remataba.
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La madre Conchita
Perteneciente a la orden de las capuchinas, a la madre Conchita le tocó vivir el México postrevolucionario, aquel que el 31 de julio de 1926 decretó la cancelación de los cultos religiosos, con la consiguiente clausura de conventos y capillas, dando pie a la Guerra Cristera.
Bajo ese contexto, difícil para quienes profesaban alguna religión, en el país se formaron diversos grupos como la Liga Nacional de los Defensores de la Libertad Religiosa o la Unión de Católicos, conocida como ‘La U’, a la que pertenecía Concepción y la cual estaba comandada por el arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores.
Las anécdotas, aquellas que quedaron impregnadas en diarios de circulación nacional, como El Universal o en libros como ‘El asesinato de Álvaro Obregón’, escrito por Mario Ramírez Rancaño, detallan que ‘La U’ fue una de las muchas organizaciones que buscaban acabar con la vida de Obregón, a quien veían como el demonio mismo… León Toral participaba activamente en esta organización.
José de León Toral frecuentaba recurrentemente el convento de las capuchinas, ubicado en Tlalpan, y era confidente de la madre Conchita quien, según su testimonio, lo habría instigado a cometer el crimen. El juicio contra la madre y León Toral inició el 2 de noviembre de 1928… Lo demás es historia.
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