El maestro Antonio Hernández Cortés, con 70 años de experiencia en ebanistería y restauración, recibió muchos reconocimientos, menos el que más quiso: impartir clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que nunca acogió su solicitud para formar nuevas generaciones en su arte.
A pesar de haber restaurado para la Universidad mobiliario histórico en el Palacio de la Autonomía, en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (la puerta barroca del siglo XVIII que destruyeron soldados justo el 30 de julio de 1968, por ejemplo), en preparatorias e incluso labrar el escudo universitario, jamás tuvo la anuencia de autoridades universitarias ni siquiera para abrir un taller en escuelas de bachillerato.
“¡Imagínate a cuántos jóvenes habría yo formado en este arte!”, aventura sin petulancia en entrevista con 24 HORAS.
También cuenta que le habría gustado trabajar en restauración de piezas en el Museo Franz Mayer, que él ha notado que están deterioradas, pero nunca tuvo contactos ahí.
Don Antonio Hernández Cortés nació el 13 de junio de 1934, a los 11 años ya estaba de aprendiz en el taller de su padrino, a los 12 había ingresado al de Juan Mondragón, el restaurador de mayor prestigio de aquella época, y una década más tarde ya andaba devolviendo el esplendor a los muebles de Maximiliano y Carlota en el Castillo de Chapultepec y a los de Benito Juárez en Palacio Nacional.
Su primer trabajo para la UNAM fue la restauración del salón El Generalito, en San Ildefonso, y su hermosa sillería tallada en nogal, con su maestro Lázaro López Silva y su amigo Roberto Amelco.
Pero sin titubear asegura que su mayor trabajo –y último– fue un retablo tallado en caoba de la Prepa 7.
“Lo más grande y lo que más me ha dejado satisfecho es una obra que dejé en la Preparatoria 7, en Calzada de la Viga y Xoquipa, ahí tengo un mural tallado en madera, que se llama La educación preparatoriana, en una sala de juntas. Es un retablo, de tres metros de largo por dos y medio de alto, en el que está contada la historia de las preparatorias”, comenta con orgullo el maestro Hernández Cortés.
“Tardamos varios años en esa obra. Si llegas a verla, te vas a enamorar de ella también. Fue un trabajo de mucha paciencia, muy laborioso, que requiere tener conocimientos de dibujo, bastantes conocimientos artísticos. Y eso es muy satisfactorio para mí. Además, fue mi último trabajo”, sostiene.
Cuenta cómo llegó a restaurar la puerta barroca del siglo XVIII en la Preparatoria 1, en San Ildefonso, tras el bazucazo que recibió por parte de soldados, por órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría, la madrugada del 30 de julio de hace 53 años, y que devino en el símbolo del movimiento estudiantil del 68 y de la autonomía universitaria contra la represión estatal.
“Fue un trabajo que le encargaron al maestro Lázaro López. Esa puerta la reconstruimos en la Prepa 7, en La Viga, inclusive duró varios años ahí el pedazo de puerta, se quedó ahí varios años. Ahí la trabajamos, quedó hecha pedazos; reparamos todas las piezas”, recuerda el maestro restaurador y agrega que en 2019, en ese plantel 7, Ezequiel A. Chávez, le hicieron el último reconocimiento que recibió en su carrera, gracias a la entonces directora María del Carmen Rodríguez Quilantán.
“De quien más reconocimientos recibí fue del rector José Sarukhán. Me dieron muchas medallas, homenajes por parte de la UNAM; aunque del gobierno federal, nada”, recuerda.
Sufrió una caída que lo obligó a retirarse. Nunca formó escuela, ni con su familia, pues debido a que en la UNAM le exigían título universitario para dar clases, impulsó a sus hijos a estudiar una licenciatura.
“Yo sólo estudié algunos años en la Academia de San Carlos. Nunca tuve oportunidad de enseñar. Pedimos varias veces a la UNAM dar clases en la prepa, pero no fuimos escuchados. No sé decir por qué, esto era cosa de los rectores, de los maestros. Nunca supe por qué no quisieron”, lamenta.
–¿Cuál es su mayor frustración en 70 años de oficio?
–Mi única frustración en toda mi carrera fue que no me dejaran dar clases en las preparatorias de la UNAM. ¡Imagínate cuántos jóvenes habría formado trabajando en esto, para que este arte no se perdiera¡ Ellos estaban muy interesados. Yo sólo quería dar clases.
“El término ‘arte’ se da a piezas que tienen mucho valor histórico. En nuestro trabajo, todo tiene mucho valor histórico”, explica en su personal concepción del arte. Un arte que no requiere licenciatura.
LEG