Vivimos en un mundo lleno de expectativas. Aunque pensemos estar en una era de total libertad, muchos esquemas tradicionales siguen estando presentes, hasta en la menor de las provocaciones. La sociedad presiona e, incluso, puede asfixiar. Porque resulta que todo es “para ayer”.
Se podría pensar que las reuniones familiares pueden ser motivo de este estrés. Tienen ciertas definiciones de qué es ser una persona exitosa: casarse, formar una familia, o dedicarse totalmente al trabajo.
En otros ámbitos, las redes sociales pueden ser también las culpables. Porque vemos a la gente viajar todo el tiempo, siendo feliz, proyectando una pantalla de éxito que simplemente es falsa.
Aunque todo esto contribuye, las ideas tóxicas de éxito son principalmente creadas por nuestro mejor amigo y al mismo tiempo peor enemigo: nosotros mismos.
Porque cuando los demás callan, la mente comienza a gritar dentro de sus paredes. Los engranes ya están fabricados para pensar así: si perdemos un quehacer constante, nos sentimos inútiles, como si la vida nos estuviera poniendo un castigo, tanto por los azares del destino como por hartazgo de una situación concreta. Terminar una relación laboral, escolar, amorosa o incluso una de amistad puede ser doloroso, sobre todo cuando estas pérdidas llegan en conjunto.
Pero es importante recordar que está bien estar en el limbo de vez en cuando, mientras se pueda. O si necesitamos más tiempo para nosotros, para acomodar las piezas del rompecabezas, perfecto.
Obviamente es más fácil tener estímulos constantes a cada rato, mas si nunca nos escuchamos, y realmente sólo estamos dejando pasar los momentos, ¿seremos felices?
Vivir solo donde “nos tocó” no es una verdad en la que queramos estar, ¿o a quién le suena bonito estar cumpliendo las expectativas del otro a costa de su propia voluntad?
En muchas ocasiones, la mayoría de las personas no están pidiendo explícitamente que seamos siervos de sus cometidos. Somos nosotros quienes nos estamos imponiendo estar en un sitio particular. Y cuando la voz de la razón por fin se oye, esta se queda tatuada en la boca, y no para de insistir hasta que le hagas caso. Cada día resuena más fuerte, hasta con ecos.
Da pavor acatar sus intenciones, porque lo estable, lo “cómodo”, no requiere sacrificio. Uno puede estar “bien”. Pero la vida trata de avanzar y escucharnos cuando necesitamos un cambio o una pausa.
De todos modos, el tiempo es corto. Mejor dejemos de poner pretextos para no hacer nuestras urgencias del cora, aunque debamos decir adiós a ciertos lujos de lo cotidiano. Si queremos buscarle un propósito a nuestro existir, conocernos y disfrutarnos es uno grande.
Está bien detenerse, preguntarse y escuchar las respuestas, aunque estas sean aterradoras.
Porque el miedo, muchas veces, lleva a lo real.
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