¿Se acuerdan de las películas independientes de finales de los 80 y principios de los 90? Sexo, Mentiras y Video (1989) de Steven Soderbergh, Pelle el Conquistador (1987) de Bille August, Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore, o El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989) de Peter Greenaway. 

Bueno, si acaso no las han visto no hay pretexto, empiecen hoy.  Muchas de ellas estuvieron nominadas e incluso ganaron el premio Oscar a la Mejor Película Extranjera en su tiempo. 

Como sea, esas en particular, pero tantas otras de esa época, me cambiaron la manera de ver el cine y, sobre todo, me permitieron darme cuenta de que se podían hacer otro tipo de películas. Que el cine no siempre tenía que ser de fórmula con grandes estrellas y también se valía hablar de otras cosas, mostrar otros mundos, otros idiomas y que existía un enorme universo inexplorado que había que conocer y del cual me volví ávido admirador. Escarbaba siempre en la sección oscura del video club, trataba de estar al día de lo que hacían los directores, y ver las más posibles en las salas de cine.

Lo que nunca me hubiera imaginado es que detrás de esa cinefagia que me producían, para el que no conozca el término que ni siquiera sé si se encuentra en el diccionario de la RAE, se refiere a la necesidad de consumir películas a la mayor velocidad y cantidad posible.  Es que detrás de ellos había un verdadero cinéfago, y no en el mejor sentido de la palabra. Alguien que posiblemente llegó a pesar 200 kilos tal vez de engullir tantas películas de arte, en sentido figurado y literal. 

Sí, adivinaron bien: Harvey Weinstein, ese vilipendiado y odiado protagonista de la distribución de Hollywood, fue el que nos trajo todas esas joyas de películas a este lado del charco. Es posible que sin él no hubieran tenido mayor proyección, ya que fue quien se atrevió a mercadearlas como si fueran películas comerciales de estudio, y puso millones de dólares para que se distribuyeran en los cines, tuvieran proyección, visibilidad y las volvió un negocio viable. Cosa que nadie consideraba posible antes de que él lo hiciera. 

Obviamente no defiendo nada de lo que haya hecho y estoy seguro, por lo que leo sobre él, que no era una buena persona, al menos alguien con quien una chica actriz joven quisiera estar a las 10:00 de la noche en la suite de su hotel para “hablar de un guion” y pues, por algo está en este momento en la cárcel pagando cualquiera que sea el o los delitos que haya cometido. 

Sin embargo, me hace pensar en un paradigma que existe aún a la fecha en México y en muchas partes del mundo. 

¿Es cierto que al público le gusta un género o un tipo de cine en particular? O será posible que más bien sea al revés y, como la industria provee un tipo de cine y un género en particular, pues es el que la gente ve. 

Me gustaría pensar que dentro de cada espectador de cine en México existe esa cinefagia por películas hermosas, vibrantes y llenas de significado, sin que necesariamente sean comedias románticas (nada en contra de ellas), y sólo necesitamos que se tomen más riesgos y exista esa visión para que se hagan y se promuevan películas diferentes.

@pabloaura