La urgencia del presidente Andrés Manuel López Obrador es poder llenar el Zócalo de la Ciudad de México el 1 de septiembre, fecha marcada por la ley para que presente su tercer informe de Gobierno.

La Plaza de la Constitución saturada durante este pasado fin de semana fue el ensayo para poder regresar a lo que realmente apasiona a la 4T, las plazas públicas repletas de feligreses que coreen el nombre de su líder.

Solo que la condición de la pandemia de Covid-19, con esta tercera ola en México, no está para dar pie todavía a esos eventos masivos.

Saturar el Zócalo, como lo permitió el Gobierno de la Ciudad de México, solo refleja el nivel de desesperación de un Gobierno que pierde presencia rápidamente entre sus clientelas políticas ante los malos resultados de sus políticas públicas.

López Obrador concibió el ejercicio de revocación de mandato como la oportunidad doble de ganar por aclamación una consulta popular que imaginaba podría conquistar fácilmente y, de paso, dejar sentadas las bases legales para echar a la calle a cualquier opositor en el futuro.

Hoy ya piensan dos veces si vale la pena echar a andar la opción de revocación de mandato. De entrada, porque la Constitución habla claramente de la pérdida de confianza en el gobernante, no en ir a las urnas a echarle porras al gran tlatoani. Hoy, ya no están seguros de salir bien librados de una pregunta así.

Así que, enredando las cosas como solo ellos saben, podrían dejar por la paz esa movilización social con la que tanto soñó el Presidente.

Pero lo que no está dispuesto a dejar ya por más tiempo son esas plazas repletas de multitudes encaminadas hasta la presencia presidencial para adular su figura y energizar su movimiento.

La decisión está tomada y nadie va a echar para atrás la determinación presidencial de sacar a los alumnos a las escuelas y a la gente a las plazas públicas.

Lo peor es que en la estrategia del Presidente ya no hay margen para que ningún gobernante local, que viva bajo su cobijo, se salga de esa instrucción. Y eso incluye, por supuesto, a los políticos que llegaron al poder usando su nombre, pero también a no pocos opositores que encontraron la conveniencia personal de no enemistarse con la 4T.

Así que, si en algún momento la Ciudad de México, bajo la conducción de Claudia Sheinbaum, mostró algo de prudencia y de distancia de los dictados del impresentable Hugo López-Gatell, hoy serán las autoridades capitalinas las primeras que abonen a defender que el movimiento es primero, incluso por arriba de cualquier medida sanitaria.

La irresponsabilidad del Gobierno de la Ciudad de México de permitir esas aglomeraciones en el Zócalo con la invención de esa fiesta ideológica de la “resistencia indígena”, el violar el semáforo rojo federal y hasta violar su propio semáforo naranja, no es más que el conjunto de pasos necesarios para que el Presidente regrese al Zócalo ante su feligresía y frenar el deterioro de su movimiento.

 

@campossuarez