En plena paradoja, quizás nadie esperaba las promesas de un taimado y conciliador grupo talibán que intenta ganarse al mundo… aunque a la vez, su actitud era de esperarse.
Las promesas vertidas hacia sus vecinos del Oriente Próximo, sus prósperos socios chinos y todo el mundo occidental rondan entre el respeto a los derechos humanos (universales) y los fundamentales (propios de cada Estado) aunque pasados por el filtro de la Sharia, una estricta interpretación de la ley islámica.
Aún así, el balance parece positivo, pues a las mujeres no se les negaría el derecho a trabajar, o a las niñas el de estudiar, aunque el portavoz de los extremistas, conocido como Zabihullah Mujahid, fue cuidadoso cuando respondía la pregunta si las mujeres podrían ejercer en los medios de comunicación: “Esperemos a lo que el futuro Gobierno tiene qué decir. Las leyes, en referencia a los medios y otras labores esenciales, les permitirán trabajar, pero en el marco de la Sharia islámica (…) no tenemos todo claro”.
LA GUERRA DEL OPIO
Sin embargo, no hay que olvidar que Afganistán vive la guerra por el opio, subraya Aribel Contreras Suárez, internacionalista y académica de la Universidad Iberoamericana. Una guerra en la que los talibanes ganan más batallas, con EU ya fuera del territorio.
Y es que según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la producción de opio en 2017 llegó a alcanzar las 9 mil 900 toneladas, por un valor de unos mil 400 millones de dólares. Afganistán produce más de 80% del opio mundial. “Representa el 7% del PIB de Afganistán, el gran negocio de los talibanes es el mercado de los opioides que les genera un estimado de 6 mil 600 millones de dólares anuales”, subrayó la maestra en Estudios Diplomáticos.
“Y no hay que olvidar que es uno de los principales proveedores para países con gran consumo”, agregó, “como Irán, Polonia, Escocia y Azerbaiyán, y ha establecido grandes rutas logísticas para su comercialización, por lo que los talibanes cuentan con un jugoso negocio al tener el país bajo su control”.
El nuevo grupo, ya con el control del territorio, prometió -a pesar de las estadísticas-, que no se producirán drogas en Afganistán: “Aseguramos a nuestros compatriotas y a la comunidad internacional que no produciremos narcóticos.
En 2001, si recuerdan, habíamos reducido la producción de contenido de narcóticos a cero (…) de ahora en adelante, nadie puede involucrarse en el tráfico de drogas”, señaló Mujahid.
El portavoz, de mediana edad, quien presuntamente utiliza una segunda identidad y es maestro en Estudios Religiosos, narró que, al entrar a la ciudad de Kabul, observó a un grupo de jóvenes drogándose. “Me entristeció ver a estos jóvenes sin ninguna fe en el futuro. A partir de ahora, Afganistán será un país libre de estupefacientes, pero necesita ayuda internacional para tener cultivos alternativos”.
La posibilidad de cumplir la promesa se complica, ante el escenario que planteó ayer el presidente del Banco Central Afgano, Ajmal Ahmady, hoy exhiliado. Y es que los talibanes tienen acceso solo al 0.2% de las reservas monetarias totales de Afganistán. El volumen de reservas alcanza unos 9 mil millones de dólares la semana pasada.
A cuentagotas, éxodo de aliados
Por Marco Fragoso / Agencias
Desde Afganistán, y a pesar de la compleja situación en las inmediaciones del aeropuerto de Kabul, aliados diplomáticos y refugiados nacionales salen poco a poco hacia decenas de países.
México inició el procesamiento de las primeras solicitudes de refugio de ciudadanos afganos, informó ayer el canciller Marcelo Ebrard.
El Ejército de Estados Unidos ya evacuó en aviones militares a más de 5 mil 200 personas; Reino Unido repatrió a 306 británicos y 2 mil afganos; Alemania sacó a medio millar de personas. Y Berlín enviará 600 soldados a Kabul para apoyar más traslados.
Países como Austria y Rumanía reclaman dificultades para acceder al aeropuerto.