Regina Crespo
El próximo 19 de septiembre se cumplen 100 años del nacimiento de Paulo Freire, autor de obras fundamentales como Pedagogía del oprimido y La educación como práctica de la libertad. Freire creía que “la lectura del mundo antecedía a la lectura de las palabras”. Los maestros deberían trabajar a partir de los conocimientos previos de los estudiantes, reflejo de su realidad. En tal proceso, los estudiantes construirían el conocimiento en el espacio del aula como un acto político y dejarían de ser seres pasivos, para reflexionar, criticar y actuar en la sociedad.
En Pernambuco, en un entorno de pobreza y analfabetismo que impedía que las personas incidieran en la vida política de su comunidad, Freire hizo de la educación un espacio transformador. Sus logros fueron notables: alfabetizó campesinos de varias comunidades en tiempo récord, lo cual generó grupos de seguidores. Sin embargo, con el golpe militar de 1964, Freire fue arrestado y acusado de subversivo. Se exilió y sólo regresó a Brasil en 1980. Trabajó y escribió hasta su muerte en 1997. Tuvo una trayectoria de reconocimiento internacional. Sus ideas han sido aplicadas alrededor del mundo, en proyectos de educación popular y pedagogía crítica.
En el Brasil de hoy, como en la dictadura, Freire es blanco de ataques. Desde hace mucho los movimientos conservadores y reaccionarios empezaron a crecer. En 2004 surgió el “Programa Escuela sin Partido”, que ganó proyección en 2015, al estimular que diputados de derecha o filiación religiosa evangelista elaboraran proyectos de leyes para evitar el “adoctrinamiento ideológico de izquierda en las escuelas”. Sus defensores alegan que las escuelas deben ser técnicas, ideológicamente neutrales y que religión y género son temas familiares y privados. Los profesores “adoctrinadores” deben ser denunciados. Es una propuesta conservadora, autoritaria, fundamentalista y por lo tanto no neutral. Freire es su gran enemigo, pues defiende una escuela democrática y plural, que represente las diversidades y contradicciones de la sociedad.
En 2018, 57% de los brasileños eligieron como presidente a un político de ultraderecha, excapitán del Ejército, abiertamente misógino, homofóbico, admirador de la dictadura y que desprecia la educación y la ciencia.
Los efectos para la educación han sido nefastos. Bolsonaro estimula su destrucción. Ha recortado presupuestos, fomenta la persecución de profesores, científicos y estudiantes, promueve reformas curriculares con menos materias de humanidades e impulsa la creación de escuelas militarizadas. El actual ministro de Educación, exrector de una universidad religiosa, acaba de afirmar que no todos deben entrar a la universidad y que los alumnos con necesidades especiales estorban a los “normales”.
La Plataforma Lattes, el mayor banco de datos académicos del país, sufrió un “apagón” por falta de mantenimiento y varias universidades federales pueden cerrar por falta de recursos. En 2021, Bolsonaro decidió cerrar una televisión educativa, porque en ella había muchos tipos “formados en la filosofía de vida de Paulo Freire, ese energúmeno, ídolo de la izquierda”.
En Brasil, cuna de Paulo Freire, la educación está en peligro. Nunca se necesitó tanto como ahora de una escuela democrática, plural y liberadora, como la que Freire creó. Los verdaderos energúmenos deben ser vencidos.
rcrespo@unam.mx