Jesús Martín-Fernández combina dos pasiones, la música y la medicina. Es compositor y neurocirujano en el Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria, en Tenerife, España, así como neurocientífico en el centro de investigación IMETISA.
En una columna escrita para el Washington Post describe parte de su trabajo de investigación, publicado en la prestigiosa revista Neuroscience, y que consistió en comparar mediante resonancia magnética funcional la actividad cerebral de personas sanas con gustos musicales diversos al escuchar diferentes estilos de música: reguetón, música clásica, folklore y electrónica, eliminando las letras para que el procesamiento del lenguaje no influyera en los tests.
Los resultados sorprendieron a muchos. “Mostraron que el reguetón activaba significativamente más las regiones cerebrales que se estudiaron, en comparación con el resto de los estilos. Estas áreas fueron las auditivas (encargadas del procesamiento del sonido), motoras (encargadas de procesar el movimiento) y los ganglios basales, encargados de modular el movimiento y las respuestas relacionadas con el placer o el aprendizaje basado en la recompensa.
“Esta última zona es también donde se originan enfermedades como el Parkinson, en la cual hay una muerte progresiva de un grupo de neuronas que genera una disfunción progresiva no solo en el movimiento, también en el procesamiento de las emociones y el lenguaje”, escribió para el diario.
“No pretendemos sacar conclusiones sobre qué estilo es mejor (…) lo que sí hemos constatado es que el poder de la música y la medicina (…) va más allá de una idea romántica” Jesús Martín-Fernández, médico y compositor.
Y plantea como incógnitas para futuras investigaciones si esa respuesta tan llamativa de los ganglios basales, una zona primitiva del cerebro, fue consecuencia de la influencia de los ritmos jamaicanos y africanos de los que deriva el reguetón, o si fue la claridad del ritmo y la ausencia de complejidad tímbrica lo que hacía más sencillo el procesamiento de este estilo musical.
Lo que es cierto para los millones de lectores que reaccionaron a su publicación científica y a su editorial en el Post, es que al reguetón, con su descubrimiento, le quitó parte del peso cultural que lo estigmatiza como un ritmo de menor calidad musical.