Era 1971, los “jipitecas” le tupían duro al rock and roll y “la bandera” se divertía y bailaba en Avándaro, una localidad del municipio de Valle de Bravo, en el Estado de México, en donde el 11 y 12 de septiembre de aquel año se realizó el popular festival que cambiaría a México para siempre pero que, también, dejaría anécdotas imborrables y descendencias reales, netas y tangibles.
Aunque los amoríos se contaron por decenas y los encuentros fugaces fructificaron, hubo relaciones nacidas en el festival que más allá de los nueve meses o del “te hablo después” aún perduran… Una de ellas, la de una pareja que aún le tupe al rock y la cual, quizá, sea la más popular en toda la historia de este género en México.
En el libro ilustrado “Que viva el rocanrol” (2014), firmado por Alex Lora y editado por Producciones Lora quedó impregnada la anécdota del nacimiento del amor entre Chela y el mencionado cantante (quien recientemente visitó el Senado de la República para gritar “¡Viva México cabrones!”) el cual vio la luz en el Festival del Avándaro, que el Three Souls in my Mind tuvo el honor de cerrar.
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Cuenta Chela, en el libro citado, que cuando aún no era “Lora”, en 1971, días antes del mentado festival de “Rock y ruedas” que terminó siendo de “rock y motos”, conoció fugaz y mágicamente a Alex en una fiesta (tocada dominguera) en donde su banda se presentó junto a los mismísimos Dug Dug’s.
“Me llamó mucho la atención (Alex) porque su facha era muy especial, súper delgado con una greñota güera, con una chamarra de barbas y pantalón rayado, la verdad es que me gustó muchísimo”, se lee en el libro en el que se detalla que aunque en esa ocasión hubo miradas y algunas palabras cruzadas no fue sino hasta en Avándaro cuando los entonces chavos cotorrearon “chido”.
Cuando Chela vio que en el cartel de Avándaro estaba anunciado el Three Souls in my Mind no dudo en sonsacar a su hermana, “la casada”, para que la acompañara y cargando con un chamaco de dos meses, hijo de su hermana cuyo esposo andaba por Canadá, se fueron a la aventura.
“Yo iba preparadísima para conocer a Alex, porque le llevaba una camiseta muy locochona que yo misma le había bordado con unos hongos en el frente”, confiesa Chela quien añade que cuando lo vio a la hora de estar montando el audio dijo “ahora es cuando”.
Los grupos pasaban por la tarima y Alex y Chela platicaban interminablemente y cotorreaban: “¡yo sentí que estaba soñando, no lo podía creer, estaba con él en el Festival de Avándaro, lejos de mi casa y sin permiso de mis papás!”.
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Según palabras de Chela, su hermana y sobrino “acamparon” en un vocho que algunos jipitecas les prestaron aguantando estoicamente pero también disfrutando a todas las bandas que tocaron pues el Three Souls in My Mind se subió a la tarima hasta las 8 de la mañana del día siguiente.
“Cuando se acabó todo, lo busqué para tomarnos unas fotos juntos, nos despedimos y quedamos en que yo le hablaría por teléfono para volvernos a ver y todo fue felicidad”, narra Chela.
De ahí el noviazgo y las recriminaciones del padre de Chela por el “melenudo” con el que andaba saliendo.
“Cuando mi papá se enteró fue algo chistosísimo porque a veces cuando estaba yo con Alex en una tocada, de repente llegaban algunos reporteros y tomaban fotos que para tal revista o tal periódico y lo entrevistaban, y así muchas veces.
Hasta que un día, mi papá estaba sentadito muy tranquilo con su revistita leyendo cuando de repente, muy enojado, le grita a mi mamá: “¡Celiaaa, mira, ven a ver dónde anda tu hija!” Y resulta que era un reportaje de rock que traía una foto que abajo decía: “El Three Souls con sus respectivas novias”.
Al final, todo el mundo (o al menos la mayoría) sabe cómo se desarrollo la relación de la pareja más popular y longeva del rock mexicano, esa que aún con críticas, comparaciones y especulaciones ha logrado consolidarse como parte de la historia viviente del género musical que a más de uno encanta y a otros desespera.
FF