La cultura es un gran reflejo de nuestros tiempos. Los Beatles fueron clave para entender la década de los 60 y la de los 70. Películas como Grease o Saturday Night Fever representan, con mucho fervor, costumbres de los 80. Friends es prácticamente un testamento de cómo era la vida a finales del siglo xx, con ciertas tendencias vigentes en el nuevo milenio.

Ahora, con tanta oferta y demanda de series, películas, discos, entre otros productos, es complejo determinar piezas clave para entender la actualidad. No pensamos en las películas del año, o los discos de la época, ni siquiera la serie del mes. Los contenidos están en batalla constante por robarnos la atención, y esto provoca que todo se vuelva efímero. Incluso es difícil determinar, en ciertas ocasiones, cuáles son las series o películas destacadas de la semana. Entonces, si quisiéramos meter una evidencia artística del 2021, en una cápsula del tiempo, sería complicado inclinarse particularmente por algo, sobre todo cuando mucha de la influencia de la cultura actual viene de otras décadas.

Pero más que un fenómeno en particular, una representación fiel de nuestra realidad son los hábitos como consumidores. 

Con todo tan accesible, y con tanto por conocer, el culto a las cosas aparece y desaparece tan rápido como la quincena. Se vuelve más truculento dejar una huella en los espectadores, porque las tendencias van y vienen.

Y cómo nos comportamos con los productos de entretenimiento también se vuelve una forma de vida: representa la impaciencia, el capricho y la ansiedad de toda una generación. 

Brincar de serie en serie se traduce en brincar de pendiente en pendiente, de reunión en reunión, o de visita en visita. La vida pasa rápido frente a los ojos. En nuestro tiempo, solo para no quedarnos atrás, decidimos adentrarnos en la serie de la semana, únicamente para sacar el ruido de la mente, sin importar si esa actividad de la que “nos estamos perdiendo” nos guste.

Por eso, los quiebres existenciales en la era moderna han sido trascendentales. El estar distraído constantemente solo lleva a más estrés, y cuando por pura casualidad volteamos hacia otro lado, nos damos cuenta que esto no se disfruta. 

El poder hacer de todo es no poder realmente hacer nada. 

Entonces, así como existe una cultura dedicada a hacer demasiado por miedo a “no vivir”, empieza a crecer el culto que profesa no hacer nada, a dejarse llevar por el silencio. La devoción a un mundo sin pantallas, o con cada vez menos de ellas. Porque para muchos, el extremo es la forma ideal para combatir este mal.

Si ni siquiera podemos sentarnos a disfrutar de la canción de la semana porque otra vendrá en camino la siguiente, ¿podremos encontrar un balance y disfrutar de los beneficios que nos aporta la tecnología? Solo el tiempo, y el estar conscientes de nuestros hábitos, nos dará la respuesta.

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