Seguramente saben que la primera película sonora que se filmó y distribuyó comercialmente se llamó The Jazz Singer, en 1927, y unos pocos años después, en 1932, se estrenó la primera mexicana con sonido: Santa, de Antonio Moreno; aunque existe otra referencia de una película incluso anterior de 1929 llamada El Águila y la Nopalera que -confieso- no conocía.
De cualquier forma, esas primeras películas resultaban una verdadera apuesta y un riesgo para los productores, los estudios y las mismas salas donde se exhibían, tanto en México como en Estados Unidos.
Después de que la industria del cine había arrancado con el pie derecho durante los años 20, ya se contaba con inmensas estrellas de calado internacional. Actores que ya habían sido vistos por millones de espectadores alrededor del mundo, pero que nadie les conocía la voz: Greta Garbo, Buster Keaton o el mismo Chaplin eran caras reconocibles en cualquier parte.
Así, a muchos se les hacía un riesgo innecesario probar con esta nueva tecnología, que en su momento debe haber sido muy cara y complicada. ¿Para qué ponerle sonido a una película? Se pierde la magia, la poesía, se volverá algo vulgar, muchos decían. El mismo Chaplin estuvo en contra de grabar o añadir sonido y siguió haciendo películas silentes.
Y es que sí, siempre ha habido los que están a favor de lo nuevo y los que lo ven como frívolo o absurdo. Obviamente hoy en día a nadie se le ocurriría cuestionarse la importancia del sonido en el cine, de hecho, a estas alturas, y en muchos casos, se ha vuelto hasta más importante que la imagen. Cuántos de ustedes no ponen una película, programa de TV o serie con el volumen arriba mientras hacen otras cosas, viendo la imagen de reojo.
Y como estas revoluciones han habido muchas, por ejemplo, la llegada del cine a color, el nacimiento de la televisión, las videocaseteras y otras menos afortunadas como el 3D, o el Laser Disc. Sin embargo, hoy en día tenemos revoluciones prácticamente a diario, plataformas, formatos, aplicaciones, redes sociales, streamers y demás esfuerzos tecnológicos que buscan acaparar nuestra dividida y dispersa atención bombardeándonos con imágenes en movimiento, con la única finalidad de conquistar un ratito de nuestro ocupado día. Y no es que necesariamente estemos haciendo tanta cosa importante, sino que las distracciones son la norma y se han convertido en algo con lo que ya estamos acostumbrados a vivir.
Posiblemente para esos primeros espectadores del cine sonoro, esa experiencia, haya sido Santa o The Jazz Singer, les cambió la vida. Pero a fuerza de tanta innovación hemos perdido la sensibilidad a la sorpresa, nos hemos vuelto cínicos ante las revoluciones y los avances, incluso los más notables.
Y aunque tal vez nunca lograremos sorprendernos al nivel que nuestros bisabuelos, o tatarabuelos, lo hicieron con esas películas, tenemos la ventaja de poder ver constantemente múltiples versiones de la verdad, quizá también por ello nos hemos vuelto menos dogmáticos, menos intransigentes y sobre todo nuestro cinismo nos ha permitido entender mejor al otro, al que piensa diferente y siente la vida de otra manera.
@pabloaura