Foto: Captura video El festival conmemora 50 años; se celebró el 11 y 12 de septiembre de 1971  

A sus 50 años, el Festival de Avándaro es un evento que sigue en la memoria de los mexicanos. Convocó a miles de personas en una etapa en la que los estudiantes tenían coartados sus derechos de reunión, tránsito y expresión. Además, sin esta actividad el rock latinoamericano en español no se entendería, o al menos no como se hace en la actualidad.

Juan Gabriel Hernández, profesor de Percusiones, Conjuntos Instrumentales y Música de Cámara en la Facultad de Música de la UNAM, dice de este encuentro: “¡qué bueno que fue!, todo es preferible a que nunca hubiera existido”.

Originalmente Avándaro se planeó como un evento automovilístico con algo de rock, pero ante la masiva afluencia de público las competencias se suspendieron y sólo quedaron las tocadas. De inmediato, la prensa estigmatizó todo y a todos, lo tildó de bacanal y hubo publicaciones que describieron aquello con titulares amarillistas como: “No hubo carreras de autos, ¡fue de motos!”.

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Sobre esto, el académico de la UNAM recuerda que se trataba de un momento en el cual a los estudiantes se les coartaban sus libertades, incluso de tránsito y expresión, y habían pasado apenas tres meses de la llamada Matanza del Jueves de Corpus.

Es en ese contexto que cientos de miles de jóvenes coincidieron en un pequeño pueblo del Estado de México para escuchar música y sacudirse un poco la opresión de los gobiernos.

Aún “huele a espíritu joven” -como diría Kurt Cobain-. Esta actividad fue un hito, con todo en contra para realizarse pues con las masacres de 1968 y el “halconazo” de 1971, en un entorno autoritario donde toda reunión de más de tres estudiantes era sospechosa, y estando en el poder Luis Echeverría, conocido como “el presidente que prohibió el rock”, el 11 y 12 de septiembre de 1971 aproximadamente 300 mil personas se dieron cita en esa localidad para escuchar música.

Hoy es posible saber de aquellos días gracias a que el cineasta Alfredo Gurrola llegó con su cámara de Súper 8 e inmortalizó algunos de los mitos surgidos de ese concierto masivo, como “la encuerada de Avándaro”, una mujer que se despojó de su blusa sobre una de las plataformas de sonido y de quien se inventaron numerosas historias; o la actuación de Three Souls in my Mind, que terminaría por convertirse en la banda más emblemática del rock nacional: el TRI.

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Si en Woodstock fueron tres días de paz y música, acá fueron dos donde se vieron escenas no muy distintas a las retratadas en aquel poblado neoyorquino, pues lo mismo había personas paseando desnudas y bañándose en público, que jóvenes posando ante las cámaras con su carrujo encendido.

Estas imágenes, al ser replicadas por los medios, causaron escándalo entre “las buenas conciencias” de la época, las cuales presionaron hasta lograr que se prohibieran las tocadas de rock, al menos por algunos años.

De aquel concierto, que para muchos es el culmen de las culturas jipiteca y de la onda en México (hoy se les llamaría contraculturas), aún aparecen historias como la del romance entre Alex Lora y su domadora Chela, quienes se conocieron ahí. Sin embargo, más allá de las anécdotas, para el profesor Juan Gabriel Hernández lo crucial de este capítulo es que nos brindó un legado tangible.

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El Festival de Rock y Ruedas (así era su nombre original, hasta la cancelación de la parte automovilística) hoy es visto como un evento que marcó una época y que dejó la huella que atraviesa generaciones, pues además de haber consolidado el llamado rock urbano (sin el cual no entenderíamos figuras como las de Rockdrigo o Jaime López) hizo posible el movimiento Rock en tu Idioma, que nos dio dos grupos tan emblemáticos como Caifanes y Café Tacvba.

Las repercusiones de lo sucedido el 11 y 12 de septiembre de 1971 aún son tema de discusión entre académicos y rockeros, lo que demuestra que Avándaro sigue vivo y vigente, y que muy probablemente se hablará de él dentro de 50 años.

 

EAM