Jean-Paul Belmondo era algo más que una cara bonita. Aunque su nombre está asociado como tatuaje a la Nouvelle Vague, empezó su carrera como un mito con películas anteriores al movimiento más importante del cine europeo, bajo la dirección de leyendas como Marcel Carné o Jean-Pierre Melville.
El estilo del actor, que falleció este lunes 6 de septiembre en París, a los 88 años de edad, dio un rostro diferente al cine, no sólo al francés, plagado de caras bonitas, pero sin personalidad: el actor de calle, el caradura, el cínico, el gañán que, sin embargo, podía sucumbir a la manipulación de una Jean Seberg en la película que lleva su marca, A bout de souffle (1960), y que forjó su mito junto con Jean-Luc Godard.
Belmondo fue la contraparte de otra estrella del cine francés, Alain Delon, su amigo, con quien trabajó en la película Sois belle et tais toi! (Una rubia peligrosa, 1958), de Marc Allégret, un par de años antes de Sin aliento, y ya con la fama a cuestas en el filme de gángsters de Jacques Deray, Borsalino (1970). Delon, de hecho, fue uno de los primeros en lamentar el deceso de su amigo por más de seis décadas.
Él, Belmondo, Bebel, era un monstruo, un símbolo sexual que devolvió la autoestima y el cinismo a todos los feos que miraban sus películas. Junto a él desfilaron nomás Catherine Deneuve, Françoise Dorléac, Claudia Cardinale, Anna Karina, Sophie Marceau y Juliette Binoche, entre muchísimas otras.
Hijo de un escultor que fomentó sus habilidades histriónicas, Belmondo nació el 9 de abril de 1933 en Neuilly-Sur-Seine, un poblado a las afueras de París que parió también a gente como Anaïs Nin, Lorin Maazel, Carole Bouquet, Jean de la Fontaine, Roger Martin du Gard y Michele Morgan y donde murieron François Truffaut, Vittorio de Sica, Marcel Duchamp, Bette Davis y Aristóteles Onassis.
Con esa sonrisa cínica, de labios gruesos, cráneo alargado de piloncillo y nariz que era una suerte de amuleto fálico, Belmondo trabajó para los mejores directores franceses de la segunda mitad del siglo XX. Desde Carné, en Les tricheurs (1958) hasta Godard, Claude Chabrol, Melville, Alain Resnais, René Clément, Truffaut, Louis Malle, Agnès Varda, Philippe de Broca, Claude Lelouch, Cédric Klapisch, Bertrand Blier, e italianos como De Sica y Mauro Bolognini, y estadounidenses, Peter Brook.
Pero sin duda sus dos personajes que lo encumbraron son gracias a Godard, el único director sobreviviente de la Nouvelle Vague: Michel Poiccard, el cínico asesino accidental de A bout de souffle y el profesor de español Ferdinand Griffon que termina como un gángster de Pierrot Le Fou (1965).
Ambas consolidaron su fama de caradura y canalla del cine francés, su Humphrey Bogart simpático, aunque siempre sometido o engañado por la femme fatale, en el primer caso por Jean Seberg (Patricia) y en el segundo, por Anna Karina (Marianne), fallecida el 14 de diciembre de 2019, poco antes de la pandemia. O por Catherine Deneuve (Marion/Julie), en La Sirène du Mississipi (1969), de Truffaut.
Su larga carrera, con casi ochenta filmes, apenas recibió reconocimientos, pero los mayores a los que un actor europeo podría aspirar: la Palma de Honor, por trayectoria, en el Festival de Cannes de 2011, el León de Oro en la Mostra de Venecia de 2016, además de un homenaje en los César en 2017.
Sólo otro actor europeo ha dado y merecido tanto: Marcello Mastroianni.
El deceso de Belmondo, anunciado la tarde del lunes por su abogado y amigo Michel Godest, sin mayores detalles salvo que ocurrió en la casa del actor, de inmediato suscitó reacciones poco frecuentes hasta de políticos, como la del presidente francés Emmanuel Macron quien tuiteó que con la muerte del actor Francia había perdido “un tesoro nacional”.
“Será siempre El Magnífico. Jean-Paul Belmondo era un tesoro nacional, todo garbo y carcajadas, el verbo alto y el cuerpo largo, héroe sublime y figura familiar, infatigable temerario y mago de las palabras. En él, nos reconocemos todos”, escribió Macron en su singular obituario tuitero. Nada mal para un actor de cuyo filme debut, À pied, à cheval et en voiture (1957), de Maurice Delbez, se suprimieron sus imágenes. Descanse en paz, Jean-Paul Belmondo.
RECURSO
Él, Belmondo, Bebel, era un monstruo, un símbolo sexual que devolvió la autoestima y el cinismo a todos los feos que miraban sus películas.
LEG