La gran mayoría conoce a Luis de Llano Macedo por ser el productor de telenovelas, series, obras de teatro y hasta de grupos de “plástico”, como él mismo los llama, entre los que están Timbiriche, Microchips y Garibaldi, pero pocos saben que también fue uno de lo organizadores del cuasi mítico Festival de Rock y Ruedas de Avándaro.
A cincuenta años de distancia del concierto que encabezaron bandas como el Three Souls in my Mind, Peace and Love y Tequila, Luis ha publicado, a manera de festejo obligado y necesario, el libro Avándaro: 50 años, cuando el rock mexicano perdió la inocencia, donde recopila las “netas” de lo que pasó, además de dar cabida a las voces de una generación que en aquellos días de aliviane perdieron, precisamente, la inocencia.
“Avándaro es algo de lo que no se quiso hablar por muchos años. No existe en los libros de texto de las escuelas; el rock nunca fue culpable de lo que lo señalaron después. Lo hicieron culpable de algo que no sucedió (pelos, mugre, degenere, drogas) y eso fue por la prensa que se volcó en contra, por órdenes superiores, supongo, de una reunión de más de 250 mil jóvenes”, narra el productor en entrevista.
Para el “post millennial trasnochado de la tercera edad” o, coloquialmente, “chavorruco”, como él mismo se define, el festival se convirtió en un momento inolvidable que generó un cambio importante en el país (incluso de mentalidades) por lo que debe ser perpetuado, además de las anécdotas de boca en boca, en libros que algún día, seguramente, llegarán a los estantes de las bibliotecas escolares.
“Dice el proverbio, quien busca la verdad está en riesgo de encontrarse con ella y hablando del festival de Avándaro la única verdad es que quienes estuvimos ahí nunca lo olvidaremos. La verdad de Avándaro no se encuentra en los estantes de las librerías y es un tema incómodo del cual casi nadie quiere acordarse. En los libros de texto oficial no forma parte de la historia, sin embargo, su incidencia en el desarrollo político, social y cultural resultó una catarsis para el México de aquel entonces”, señala emocionado junto a un cartel del concierto que adorna su oficina-estudio.
Luis recuerda como una anécdota memorable del festival la convivencia codo a codo de chavos de todos los estratos sociales, hermanados por “dos o tres días”, compartiendo alimentos, bebidas y uno que otro avatar de la vida cotidiana, además de protegerse “en bolita” de la lluvia que no dejaba de caer, en parte porque la consigna era “sobrevivir” a la experiencia.
“Había tanto lodo que todos se volvieron iguales. Se acabó la comida, no había baños, pero todos fueron solidarios y esa fue la maravilla de Avándaro, estabas al lado de un hermano que te compartía comida, agua y hasta te hacía casita si querías ir al baño”, narra.
Además, recuerda con especial cariño que “de repente se iba la luz y pasaba una cosa increíble: en lugar de que la gente se enojara se ponían a cantar. Lo único que me daba miedo eran los chavos que se subían a las torres donde estaban las bocinas y las luces, si uno se hubiera caído estaría dando esta entrevista desde las Islas Marías”, asegura entre risas.
“Fue una experiencia única y es momento de abrir, de dar a conocer, lo que en realidad pasó en Avándaro. Yo estoy diciendo la pura verdad en este libro donde hay testimonios de gente que estuvo allí. Creo que es lo que lo va a hacer diferente de otras obras”, destaca.
Luis de Llano después de Avándaro
Aunque el Festival de Rock y Rueda significó un parteaguas en la industria musical del país, que a la postre se traduciría en una mayor apertura y la llegada de discos y bandas de rock de otras partes del orbe, lo cierto es que hubo un largo periodo de ayuno, por lo que Luis confiesa que se dedicó a hacer “programas musicales”.
“Aquellos talentos que evolucionaron a principios de los setenta no despegaron porque no tenían dónde tocar, prohibieron todos los conciertos, todas las tocadas y los lugares donde había rock se quedaron olvidados. Pasó un tiempo hasta que pudieron resurgir.
“No había un movimiento de rock en sí. Todos los rocanroleros se volvieron baladistas, aunque no lo creas, César Costa que había estado con los Black Jeans, Enrique Guzmán, con los Teen Tops; hasta mi hermana Julissa que había estado con Los Spitfires se volvió baladista. Hubo un retorno hacia una sociedad muy conservadora. Luego empezó a invadirnos la música disco y otros ritmos y México comenzó a transformarse poco a poco porque se convirtió en el trampolín de lanzamiento de todos los artistas que venían de fuera”, afirma el productor de los festivales OTI de la Canción y el Acapulco.
Al referirse a su época como productor de bandas “de plástico” Luis de Llano confiesa que los roqueros de los setenta, aquellos que tocaron en la resistente tarima de Avándaro fueron, de alguna manera, los maestros de Benny Ibarra, Erick Rubín y demás músicos.
“En la música, las melodías y las letras persisten en la memoria colectiva de todos. Nosotros tenemos esa comezón neuronal que te da cuando estás recordando algo de tu tiempo al escuchar una canción y te traslada, inmediatamente, a tu escuela, a tus maestros, tu novia, tu existencia, tu colonia, tu forma de ser y que nunca se va de tu cabeza”, afirma.
LA FRASE.
“Ahora todo mundo dice que el rock (en América) se inventó en Argentina y eso no es cierto. Se inventó en México con grupos como el Three Souls in my Mind, Peace and Love y El Amor”:
Luis de Llano – Productor –
LEG