Genocida y esclavista son dos de los adjetivos de los que se acusa a Cristóbal Colón, que hace más de 500 años pisó, sin saberlo, las costas de un nuevo continente. Por ello en varias partes del mundo han denostado su efigie, y en la Ciudad de México las protestas en su contra se han centrado en el monumento de Paseo de la Reforma.
Por su ubicación estratégica en la avenida más importante de la capital y las esculturas anexas que le acompañan, dicho monumento ha llamado la atención de activistas y grupos indigenistas para protestar en contra del descubridor de América, al grado de que el año pasado fueron retiradas las estatuas que lo conforman para protegerlas de un posible atentado.
Pero a la vista de todos existe otra estatua contra la que nadie protesta, una obra maestra hecha en México, a diferencia del monumento de Reforma, que es de origen francés.
En la plaza Buenavista, muy cerca de la sede de la alcaldía Cuauhtémoc, se alza una efigie del navegante, con la mano derecha apoyada en el pecho y la izquierda señalando al mundo, y ahí ha permanecido desde 1892.
Era el IV Centenario del Descubrimiento de América y el presidente de la República, Porfirio Díaz, organizó unas “deslumbrantes fiestas” para conmemorar la ocasión, según narra el historiador José Manuel Villalpando en su obra Los monumentos a Colón en la Ciudad de México.
A las 10 de la mañana de ese 12 de octubre, la comitiva presidencial salió del Palacio Nacional, y entre otras calles pasó por Puente de Alvarado (recientemente cambiada de nombre a México-Tenochtitlán), para llegar a la plaza de Buenavista, donde aguardaba la obra de bronce cubierta por un lienzo.
A diferencia del monumento sobre Reforma, esta estatua fue esculpida en México, hecha por las manos de Manuel Vilar, un emigrante español que fue uno de los más notables profesores de escultura en la Academia de San Carlos (hoy uno de los museos más importantes de la zona de Tacubaya).
La estatua de Vilar, cuyo original fue realizado en yeso y por la que se le pagaron tres mil pesos de aquellos tiempos, permaneció durante años al interior de la Academia, hasta que en 1892 fue vaciada en bronce y colocada en la Plaza de Buenavista.
Y aunque Vilar falleció en 1860 en su último hogar, la Ciudad de México, el artista italiano Tomás Carandente fundió la estatua en los talleres de Miguel Noreña, uno de los discípulos de Vilar.
En su obra, Villalpando concluye con esta frase: “Dos monumentos a Colón posee la Ciudad de México. Ambos son obras de arte, pero sólo uno de ellos es esencial y auténticamente mexicano”.
De origen francés, la que estaba en Avenida Reforma
El Cristóbal Colón más conocido en la Ciudad de México, el de la glorieta del mismo nombre, es una obra del artista francés Enrique Carlos Cardier y fue donada a la Ciudad de México por don Antonio Escandón en el siglo XIX.
Aunque la estatua fue esculpida y vaciada en Francia (y traída a la capital tras pasar por el puerto de Veracruz), en su tiempo pesó la sospecha de ser un plagio de los bocetos del escultor mexicano Ramón Rodríguez Arrangoyti, a quien Escandón pidió primero participar en los trabajos.
A su vez, el propio Rodríguez Arrangoyti manifestó que sus bocetos estaban basados en el Colón del escultor Manuel Vilar, cuya obra en yeso descansaba en aquel tiempo en la Academia de San Carlos.
Sea como fuere, el monumento al navegante genovés, acompañado de los frailes Bartolomé de las Casas, Juan Pérez Marchena, Diego de Deza y Pedro de Gante fue inaugurado en agosto de 1877, casualmente en el lugar donde originalmente el emperador Maximiliano de México (antes de perder el trono y la vida) había planeado instalar una estatua para el descubridor de América.
Y ahí permaneció hasta 2020, cuando tras convocarse una manifestación para derribar las estatuas, éstas fueron evacuadas por el Gobierno capitalino… y ya no volverán a su pedestal original.
LEG