Así es, ya es octubre. El mes donde nos empezamos a saborear el pan de muerto, los niños salen a pedir su calaverita y todo mundo se contagia del espíritu de la época. Aquí es el periodo donde quienes aborrecen los monstruos, las brujas y los fantasmas se quedan extrañados, preguntándose por qué tanto afán por lo oscuro. Si de por sí la vida puede ser deprimente, ¿por qué hay personas que rinden culto a cosas tan espantosas como aquellos protagonistas del cine de horror?
Es un dilema que me pregunto desde hace tiempo, al no considerarme precisamente fanático del género. Me cuesta trabajo entender esa fascinación, pero me cautiva.
Después de un poco de investigación, me encuentro con un fenómeno psicológico interesante.
Al parecer, el fanatismo por lo horripilante viene de varios factores.
En primera, es una excelente forma de supervivencia, porque se obtiene adrenalina, como si hubiéramos experimentado algo fuerte, pero al mismo tiempo sin sufrir consecuencia alguna. Se siente real porque nos cuesta discernir entre la realidad y la fantasía. Sin embargo, dicha inyección de éxtasis puede incluso fortalecernos, porque sentiremos que estamos preparados para enfrentar situaciones difíciles en la vida, aunque sean a distinta escala que las manifestadas en pantalla.
En segunda, el estudio de los buenos productos mediáticos del espeluznante género puede dar discursos sobre temas profundos, y detonar pláticas trascendentales sobre la condición humana. Porque la intriga que generan personajes como Hannibal Lecter nos perturba, pero también nos mantiene absortos a los acontecimientos del largometraje, porque queremos racionalizar las acciones de la gente demente, tratar de encontrarles un lado benévolo. Nos molesta sentir que los humanos somos monstruos por naturaleza, y cómo, en circunstancias precarias, revelamos nuestra cruel naturaleza.
En suma, se rinde culto a los monstruos porque, a fin de cuentas, todas las personas tienen un lado oscuro, y aquellas criaturas representan esa fealdad, estética o psicológica, dentro de cada una.
Asimismo se puede entender por qué las noticias tienen una tendencia más de terror que de cualquier otro tópico de la ficción, sobre todo mucho del periodismo transmitido por televisión. Porque se sabe, en muchas ocasiones, que las historias de asesinos, violadores o líderes con tendencias fascistas vende mucho más que las buenas noticias. Por eso no se habla tanto de jefes pasivos como Joe Biden, pero Donald Trump fue motivo de gran espectáculo desde sus inicios.
A diferencia de las noticias, con foco en algo real, la ficción podrá quitarnos el sueño, mas quizá no la paz mental. Si de todos modos soñaremos con realidades monstruosas, mejor pensar en mundos donde afortunadamente no vivimos, como los de Freddy Krueger, Chucky o Drácula, ¿no?
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