Todo comenzó cuando los creadores descubrieron en la televisión una ventana para series de prestigio. Mientras antes este aparato se percibía como una vía de transmisión para telenovelas, programas de revista o de concurso, ahora no hay límites para el contenido.

Un gran jugador que cambió las reglas para siempre fue sin duda HBO, cuyas producciones como Los Soprano o The Wire, demostraron que los programas de televisión tienen la capacidad de envolver a su audiencia con propuestas ingeniosas y frescas.

Sin embargo, quien desató la oferta y demanda de contenido a niveles estratosféricos fue Netflix. Gracias a su en aquel entonces innovadora, así como exitosa, propuesta, empresas como Disney y Amazon, entre muchas otras, apostaron por un modelo similar. Esto ha abierto las puertas al entretenimiento internacional, porque no sólo se trata de lo producido en Hollywood, también hay mayor acceso a programas británicos, mexicanos, españoles y muchos otros para el disfrute de consumidores alrededor del mundo.

No por nada La Casa de Papel consiguió la fama. Y estas ventajas explican el rotundo fenómeno de El juego del calamar, una historia proveniente de Corea. Pero más allá de ser una propuesta diferente, ¿por qué ha cautivado tanto a su audiencia como para convertirse, con 111 millones de espectadores, en la serie más vista de Netflix?

La mejor forma de explicar este fenómeno es el rotundo éxito de Parasite, la cinta de Bong Joon Ho, que conquistó hasta los premios de la Academia, convirtiéndose en la primera cinta de habla no inglesa en llevarse el Oscar. En aquella obra maestra se mezclan los géneros de comedia, suspenso y terror con maestría. Además, da un discurso interesante acerca del clasismo, un tema cercano a la situación mundial, y penosamente latente dentro de la cultura urbana mexicana.

El juego del calamar, de Hwang Dong-hyuk, sigue este lenguaje universal, tratando temas como el poder económico y la naturaleza humana. Porque a pesar del trasfondo –una competencia de juegos infantiles donde el premio son millones, y el perder es morir–, la serie se sobrepone al sadismo para dar un discurso en contra de las élites de poder y la frivolidad de la riqueza. Claro, el concepto es magnético, y los personajes también son un reflejo de la carencia de valores como sociedad, pero en realidad es el mensaje detrás de todo el absurdo el que trasciende.

Estos son dos extraordinarios expositores de cómo el arte se vuelve universal cuando se habla de temas latentes en cada rincón del planeta, como la desigualdad social y la ética. A veces, los ejemplos son la más única forma de escuchar. Tal como han demostrado los éxitos coreanos, ni el idioma, ni las plataformas, son impedimento del éxito.

 

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