El doblar de campanas horrorizó durante meses a Santa Cruz Atizapán, Estado de México, pues anunciaba que la pandemia se llevaba a más hijos de este pequeño poblado mexiquense. Pero, aunque profunda, su herida se atenúa con el ansiado retorno de las almas el Día de Muertos.
Tal era el pánico que suscitaba el toque fúnebre desde la imponente iglesia, que los moradores pidieron suspenderlo, cuenta Sandra Jiménez, mientras arregla las tumbas familiares en el cementerio local.
“¡Era horrible! ¡Angustiante!”, recuerda esta ama de casa de 64 años, quien perdió a dos hermanas. Atizapán es el municipio con la mayor tasa de mortalidad en el país por Covid-19 en proporción a sus habitantes, según datos de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Antes de la crisis, las muertes anuales eran unas 60, recuerda Freddy González, encargado del panteón.
“A diario eran dos o tres muertos. Hasta la noche estuvimos sepultando”, relata. El camposanto tuvo que ampliar su capacidad y horario porque los entierros debían realizarse 12 horas después del deceso.
“Pero ya está más tranquilo. Ahora son dos o tres cada mes”, se regocija el hombre de 29 años, quien gracias a ello permite que los deudos ingresen al cementerio.
Tributo a los que ya no están
Estela y María Luisa, hermanas de Sandra, murieron en junio y diciembre de 2020, respectivamente.
A sus 74 años, María Luisa aún trabajaba como empleada doméstica en Ciudad de México, a donde viajaba semanalmente dos horas en transporte público, considerado un foco de contagio.
Estela, de 76, falleció al agotarse su tanque de oxígeno, entonces escaso, de camino a una clínica. “Le di respiración boca a boca, pero llegó sin signos vitales”, rememora Sandra.
Atizapán tiene un hospital para atención básica y muchos pacientes fueron transferidos a casi una hora de distancia, señala un paramédico del Edomex que atendió cientos de emergencias en este municipio.
“La gente bloqueaba el paso de las ambulancias para subir a sus familiares moribundos amenazando con agredirnos”, evoca el joven de 27 años, reservándose su identidad.
Para honrar a los que se fueron y aliviar el dolor, él, Sandra, Freddy y la mayoría de habitantes de Atizapán prepararon coloridos altares siguiendo la tradición del Día de Muertos.
“Ni la pandemia acabó con el entusiasmo. Esperamos a nuestros seres queridos con mucho cariño y respeto”, afirma Antonio, que puso fotos de su madre, su abuela y su suegra junto a una gran cantidad de frutas, frijoles, arroz, pollo, chocolate, pan de muerto, brandy y cigarros.
Como sus vecinos, hizo un camino con pétalos amarillos de cempasúchil -flor del festejo- desde la puerta hasta el altar para guiar a los espíritus y sus “invitados”, y sahumó la casa, en espera de sus difuntos.
El dolor de la tragedia
-12 mil 894 pobladores tiene el municipio mexiquense de Atizapán
– 303 defunciones contabiliza por el nuevo coronavirus
– 2 a 3 entierros había cada día en este cementerio en su mayor pico, cuando antes de la pandemia eran 60 al año
CITA
“Llorar no era suficiente para desahogarnos (en el pico del Covid). Queríamos tirar la toalla, pero teníamos que seguir”
Paramédico mexiquense
Inician peregrinar en panteones del país
Miles de personas a lo largo de todo el país comenzaron, desde el fin de semana, la visita a los panteones para este peculiar Día de Muertos, debido a que por el Covid-19, y las restricciones sanitarias, el año pasado las festividades se limitaron a recibir a las ánimas desde la seguridad del hogar.
Este año, con filtros sanitarios para evitar contagios y estricta vigilancia, los panteones han abierto nuevamente sus puertas, pero con un aforo de entre 70% y 100%, dependiendo de la región.
En el valle de México, la mayoría de los camposantos están abiertos, pero con capacidad de 80%.
En algunos estados se negará la entrada a menores de edad y embarazadas.
LEG