Foto: Ángel Ortíz Vuelta tras vuelta, Checo Pérez adelantaba a los otros pilotos con soltura y los aficionados podían relajarse poco a poco y platicar con sus acompañantes  

Todos empezaban a tomar sus lugares. Las brasas prendieron al mismo tiempo que los motores. La luz verde dio paso a la carrera por el Gran Premio de la Ciudad de México y la emoción no sólo se vivió en el Autódromo Hermanos Rodríguez, también aquí, en el restaurante Tony Joe, que, como en otros sitios, los fanáticos se dieron cita para apoyar a Checo Pérez.

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En la pista, el asfalto se calentaba por el sol de otoño y las llantas de los bólidos recorriendo el circuito a más de 300 km/h y, en el restaurante, los platillos se enfriaban lentamente, pues la atención de los comensales se centraba en las pantallas.

Vuelta tras vuelta, Checo Pérez adelantaba a los otros pilotos con soltura y los aficionados podían relajarse poco a poco y platicar con sus acompañantes, pero como buenos asiduos del deporte automotor, sin retirar los ojos del camino.

El ambiente era agradable y cálido en el local. Los grupos de visitantes reían entre ellos, los amigos brindaban, mientras las familias comían plácidamente. Las rondas de comida y bebida salían tan rápido como los corredores en cada una de las 71 vueltas.

Las paradas a los pits eran aprovechadas para probar bocado, recuperar las energías para seguir el paso del paisano. Cuando los mecánicos de la escudería RedBull dejaban listo para continuar la carrera el vehículo de Checo, los espectadores atentos dejaban los cubiertos para batirse en aplausos, sin embargo, su reacción era superada por la agilidad con la cual le cambiaron las llantas al RB16B que sólo dejaba una estela azul al momento de reintegrarse a la contienda.

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Algunos transeúntes intrigados por el sonido del motor, eran atraídos y suspendían su marcha para contemplar el avance de los monoplazas y revisar la posición del corredor tapatío antes de apresurar el paso y retomar la competencia desde sus hogares.

”¿En qué lugar va?” Se gritaban los meseros de los distintos locales que, a pesar de sus labores, el Gran Premio de la CDMX no salía de sus cabezas. “Va en tercero” respondían al unisono sin saber a quién contestaban.

Así llegó a la última vuelta, 71 de 71, y por un momento nadie frente a las pantallas respiró, aunque las sonrisas se dibujaban al saber segura la presea de bronce. La bandera a cuadros ondeó y el eco de los aplausos se escuchó entre los locales, Checo, nuestro Checo, había tenido entrada al podio.

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