América Latina es un crisol de experimentos políticos con muchos resultados muy variados, algunos no muy buenos.

Están los casos perdidos, como Venezuela. Este país se dejó llevar por un discurso de polarización que sembró el rencor en contra de la clase gobernante del siglo pasado y que derivó en una dictadura que ha condenado a ese país a vivir en la hambruna durante varias generaciones y sin visos de extirpar ese cáncer que contrajeron.

Cuba, con esa dictadura que se hereda y que el mundo ha dejado subsistir durante tantas décadas. Nicaragua, que ha padecido dictaduras en todos los extremos ideológicos y al final acaba con tiranos en el poder.

Hay naciones que se consideran muy grandes para fallar, que también han vivido en los bandazos ideológicos, como Brasil, que pasó de un populismo de izquierda, con Lula da Silva, a uno de derecha con Jair Bolsonaro. Y en medio subsiste una sociedad que trata de avanzar a pesar de su clase política.

Chile pasó de una dictadura sangrienta de derecha a varias décadas de estabilidad y crecimiento, pero ahora hay un deseo de corregir las desigualdades que se han generado a través de un giro radical que puede salir muy mal.

Pero Argentina es una de las naciones de Sudamérica que más asombro provoca.

Venezuela y Argentina fueron los dos países más ricos de América Latina. Los venezolanos gozaron de un nivel de desarrollo entre los años cincuenta y ochenta que solo era comparable con el primer mundo.

Mientras que Argentina fue a finales del Siglo XIX el país más rico del mundo. Punto.

Argentina es hoy un país en crisis, una nación de caídas continuas que no encuentra la salida en medio de disputas políticas interminables. No solo entre opositores, sino entre integrantes de las mismas corrientes ideológicas.

Es nota que los opositores al Gobierno argentino, con su coalición Juntos Por el Cambio, derrotaron el domingo pasado al peronismo en muchas entidades del territorio argentino. Pero es más notable que Cristina Fernández de Kirchner, vicepresidenta de Argentina, obtuvo mejores resultados en Buenos Aires que su antiguo aliado y hoy archirrival, el presidente Alberto Fernández, lo que enreda la elección presidencial del 2023.

Esa división es la marca de Argentina. Los bandazos políticos son la constante en el país más alfabetizado de América Latina.

El problema es que cada vez que los electores dan un tumbo entre izquierda y derecha, los que llegan tiran todas las leyes de los anteriores a la basura, con cambios constitucionales incluidos, e inventan nuevas disposiciones.

La paciencia de los inversionistas se acabó porque no puede llegar en tan poco tiempo un nuevo Gobierno a querer reinventarlo todo solo por revancha política. Hasta el punto de que hoy Argentina está en default: no tiene dinero para pagar sus deudas.

México tiene mucho que aprender de los riesgos de los populismos de Brasil, de los dictadores mesiánicos y antidemocráticos del Caribe. Pero, sobre todo, hay que aprender la lección argentina.

Si este país se permite los bandazos constitucionales derivados de la iluminación del gobernante en turno se puede perder durante varias generaciones la confianza que genera la institucionalidad de un país.

@campossuarez