El 12 octubre de 1984, el Ejército Republicano Irlandés—IRA, por sus siglas en inglés—plantó una bomba con temporizador en el Gran Hotel de Brighton, Inglaterra. El objetivo era asesinar a la primera ministra Margaret Thatcher y a su gabinete, quienes se hospedaban allí por la asamblea anual del Partido Conservador, que iniciaría al día siguiente.
Un mes antes, a mediados de septiembre, el terrorista Patrick Magee plantó el dispositivo debajo del retrete de su habitación, la 629. Su cuarto estaba cinco pisos arriba de la que sería, a la postre, la suite de Thatcher. El plan era derribar el edificio completo y, con ello, sepultar al gobierno del Reino Unido literal y simbólicamente.
Tras la explosión, Thatcher y sus ministros sorpresivamente resultaron ilesos. Pero seis personas ligadas al partido—incluyendo un parlamentario—murieron, y 31 resultaron heridas. En las horas subsecuentes, el IRA asumió la autoría del atentado y publicó una amenaza contra la jefa del gobierno:
“La Sra. Thatcher ahora se dará cuenta de que Gran Bretaña no puede ocupar nuestro país,
torturar a nuestros prisioneros, disparar a nuestra gente en sus propias calles y salirse con la
suya. Hoy tuvimos mala suerte, pero recuerde que nosotros solo tenemos que tener suerte una vez.
Usted tendrá que tener suerte todo el tiempo. Dele paz a Irlanda y no habrá más guerras”.
La amenaza era clara: la desventaja la tenía Thatcher, ya que siempre tendría que estar a la defensiva, esperando un ataque furtivo. Mientras el IRA no se cansara o fuese desarticulado, tarde o temprano la iban a alcanzar. Esta analogía va muy bien con la sucesión morenista para la presidencia de México.
Claudia Sheinbaum, al ser el claro plan A de López Obrador, tiene mucha presión sobre sus hombros. Faltan más de dos años para que se defina la candidatura, y ella sabe que si comete un error grave o recibe un golpe políticamente letal, la candidatura irá—tal parece—a Marcelo Ebrard. Tomando en cuenta la gran ventaja que hoy tiene MORENA en las encuestas, ella tiene todo que perder.
En otras palabras, Sheinbaum tiene que tener suerte todo el tiempo; suerte para no cometer un error y también para esquivar los ataques que vienen.
La óptica del canciller es distinta. Él sólo tiene que tener suerte una vez. Basta con que la jefa de gobierno capitalina cometa un desacierto magistral por la enorme presión que tiene, o bien, que uno de los golpes ebrardistas contra Sheinbaum sí surta el efecto deseado en el presidente López Obrador—el único morenista con voz y voto en la designación de 2024—.
Al final, Thatcher tuvo suerte todo el tiempo, ya que el IRA fue progresivamente anulado por el proceso de pacificación norirlandés en los siguientes años. La carrera de la Dama de Hierro era de resistencia; la del IRA, de velocidad. Sheinbaum solo debe resistir, pero Ebrard debe apurarse.
LEG