Aquí vamos de nuevo”.

Eso pensamos muchos de nosotros cuando, hace unos días, nos enteramos de una variante nueva del bicho que, como aquel villano de la saga de Harry Potter, ya mejor ni lo nombremos. Sobre todo ante la alarmante respuesta de las autoridades fronterizas.

Sin embargo, en lugar de dejarse llevar por el pánico, como nos receta nuestro encabezado de desconfianza, mejor reflexionemos sobre el por qué a las potencias mundiales les preocupa tanto Ómicron, la mutación proveniente de Sudáfrica.

Claro, están las clásicas preguntas: si la vacuna la aguanta y si se transmite fácil. También, se pone en tela de juicio la estrategia de inmunización mundial, porque si los países poderosos se ponen hasta a pensar en la tercera dosis, en lugar de apoyar a los de bajos recursos a conseguir su primera, la transformación del virus es la consecuencia.

Sin embargo, a pesar de los factores a nivel salud, los cuales son muy prontos para tener una conclusión (en realidad no hay todavía información suficiente de la variante), la principal causa de tanta precaución por parte de Europa, Inglaterra y Estados Unidos, entre otros países, es el factor económico. En esta época es cuando la gente más sale, sea 2020, 2010 o 1985. Porque, desde que el 24 de diciembre se utilizó como pretexto de mercadotecnia para incentivar negocios, el fenómeno no ha parado. De hecho, las ganancias más importantes del año, en múltiples ocasiones, se obtienen durante los días festivos, cuando la gente se reúne en posadas, abarrota los centros comerciales para comprar regalos y las ciudades se visten con esferas, árboles y carnavales de todo tipo. El fenómeno navideño es tal que hasta se dice que ciertos artistas americanos sólo están en circulación en noviembre y diciembre (les estoy hablando a ustedes, Mariah Carey y Michael Bublé). ¿Pero esto cómo se conecta a la pandemia?

Porque, como descubrimos cuando nos presentaron al innombrable, la llegada de Ómicron puede significar cierres, cierres implican encierros, y encierros se traducen en pérdidas gigantescas.

Muchos negocios en todo el mundo vieron su impacto el año pasado, cuando la vacuna apenas existía y a todos se nos sugería salir lo mínimo posible para no contagiar a nadie, o simplemente no enfermarse.

Al ser un mundo capitalista, con la Navidad como el pretexto ideal para gastar (mientras el Tío Sam sonríe al ver esto), la propagación de un hermano más del bicho en este preciso momento significaría un golpe bajo para una economía que ya quiere dar vuelta de hoja. Estuvo interesante un rato, pero “wey ya”.

Mucho no se sabe, de Ómicron, pero con estas reacciones alocadas, aunque los frenos puedan “salvar las fiestas”, las medidas sólo aumentan nuestra ansiedad. 2020, ¿hasta cuándo te irás?

 

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