En más de 1,200 kilómetros de recorrido desde la frontera sur, en ningún lugar nos habían tratado tan mal como en la Ciudad de México. Esto lo dijo un migrante hondureño quien había prometido que tan pronto como llegara a la capital mexicana iría a la Basílica de Guadalupe a dar gracias a la virgen.

No lo cumplió porque los golpes que le propinaron los policías de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México lo mandaron al hospital.

La 4T pasó de un esquema de fronteras abiertas a los inmigrantes centroamericanos, al uso de la Guardia Nacional como muro fronterizo de los Estados Unidos. Fue suficiente la mano dura y las amenazas del ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para que se diera ese giro en la política migratoria del régimen actual.

No es poca cosa que del alrededor de cien mil elementos que tiene la Guardia Nacional, más de 25 mil están destinados a labores de control migratorio, tanto en la frontera norte, como en la sur. Tampoco es cosa menor que el Gobierno de Joe Biden, que tanto se quiere diferenciar de la administración del republicano Donald Trump, haya decidido no cambiarle ni una coma a la estrategia de una Border Patrol extendida en territorio mexicano.

Y ese grupo específico de migrantes que entró por la autopista México-Puebla tuvo, además de la tensión durante todo el camino con la Guardia Nacional, el agregado de la policía de la Ciudad de México que tenía la instrucción de confinar a la caravana en un deportivo en Santa Martha Acatitla.

Lo único que cambió la suerte de esos migrantes, y de los pobres policías que también resultaron lesionados por la reacción violenta de los migrantes, fue la llegada de las cámaras de televisión. Ahí sí, la actitud del Gobierno de la Ciudad de México pasó del impedimento de transitar hacia la Basílica de Guadalupe a la asignación de autobuses, hospedaje en la Casa del Peregrino y hasta trompos de tacos al pastor para cenar.

En ese discurso titubeante y contradictorio en materia migratoria de la actual administración federal, y sus extensiones locales, hay una incongruencia que destaca entre las demás.

México reprime a los migrantes, que ciertamente violan las leyes migratorias, al tiempo que llama héroes a los migrantes que lograron sortear todos esos obstáculos de fuerza para cruzar a Estados Unidos y enviar decenas de miles de millones de dólares en remesas.

Así, si algún mexicano intentara cruzar de forma ilegal a Estados Unidos en la frontera norte, tendría que enfrentar a miles de integrantes de la Guardia Nacional, que con su formación militar le impedirían a toda costa pisar suelo de los Estados Unidos.

Pero si alguno de esos compatriotas lo logra, cruzar de mojado, consigue trabajo y manda dólares a su familia y se contabilizan en las remesas, a ese mexicano el propio presidente López Obrador le daría las gracias por su contribución al país.

Festinar y hasta presumir como logro de Gobierno que se expulse por razones económicas a una persona que deja atrás a su familia y compensa su ausencia con los dólares de las remesas, es algo que no está bien en la escala de valores del actual régimen.

@campossuarez