Se acerca la Nochebuena. Como es de esperarse, muchos eventos de cierre de año donde veremos a muchas personas conocidas. Es una tradición que suele ser la favorita de la gente, porque conlleva una rica cena, alguna dinámica para divertirse y, por supuesto, enormes cantidades de alcohol.
Las posadas normalmente acaban tarde, abarrotan las calles de trabajo y revelan verdades aterradoras acerca de sus asistentes. O incluso si amáramos todos y cada uno de nuestros compromisos, cualquiera puede llegar a cansarse de tanta pachanga.
Pero antes de entrar a lo sucio, comencemos con cuando sí queremos la antesala, la piñata y hasta el karaoke: el organizarla con amigxs o con gente querida: nos ilusiona estar ahí porque nos empapamos del espíritu de la Navidad, de compartir momentos únicos con la gente más apreciada. Es bonito porque se hacen cosas distintas a cualquier otra reunión dentro del año, hay pretextos suficientes para dinámicas exclusivas, como el no perder el tino o el misterio del intercambio de regalos. Cuando hay puras de éstas, podemos sentir el cansancio acumulado entre tanta emoción, tanto empalago.
Sin embargo, la cosa se torna más complicada cuando son fiestas con gente extraña, o con quien no queremos convivir realmente. Sobre todo porque puede haber presión por socializar. Claro, de vez en cuando puede sorprendernos y ser un evento especial. Pero en muchas ocasiones son reuniones incómodas, porque las dinámicas son forzadas, la gente se pone pesada o intensa, y con los shots acechando en cada esquina, la reunión se puede convertir en algo peligroso.
En particular, las fiestas de la oficina son motivo de cuidado, porque podemos no volver a ver con los mismos ojos a nuestros superiores, o a compañeros que antes respetábamos, por los deslices que pueden ocurrir a raíz de cualquier estupefaciente dentro de la posada.
Además, hay una verdad oculta detrás de todo: que en la fiesta existen las mejores, o peores, versiones de cada persona. O la gente es más cariñosa, bailadora o buena onda o la más agresiva, egoísta o posesiva.
Sí, lo que pasa en la fiesta se queda en la fiesta. Pero a veces es difícil olvidar que el señor siempre elegante estuvo cantando “Cuando calienta el sol” a todo pulmón la noche anterior.
A pesar de los pormenores, muchas personas se quedan esperando a la siguiente Navidad. Cuando sea el momento de enfrentar lo pesado, sólo nos queda estar presentes en la medida de lo posible: aprovechar lo bueno de compromisos que nos podríamos ahorrar, darse permiso de irse temprano o de plano no acudir. La Navidad finge ser siempre de color rosa, mas no siempre es así, y está bien.
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