La manera en que pasamos el tiempo define quiénes somos
Jonathan Estrin
El aquí y el ahora, las claves para la felicidad, son conceptos intelectualmente descifrables, pero espiritualmente ignotos. De lo contrario nadie sufriría.
Decía Buda que todo lugar es aquí y todo tiempo ahora. Son, pues, dos dimensiones omnipresentes y, paradójicamente, inalcanzables para la mayoría, porque toda nuestra vida está organizada en función de evitar, para hoy y para el futuro, las experiencias dolorosas del pasado.
Hacer esto no ha requerido raciocinio ni reflexión. Nuestra psique lo ha hecho al margen de la conciencia. Para protegernos, el miedo al dolor ha construido una fortaleza de creencias, casi todas falsas, de la cual no podemos salir hacia el aquí y el ahora.
Cuando quedamos atrapados en el tiempo que ya fue o en el que todavía no es, se vuelve imposible experimentar la conciencia, que solo es posible en el aquí y el ahora.
Entonces, el autómata neurótico que todos llevamos dentro toma el control del ego, y lo arruina todo. Una de sus creencias arraigadas es que “el tiempo debe ser aprovechado al máximo”, lo que implica hacer y hacer cosas, ocuparlo “en algo productivo”.
De tal manera estamos adoctrinados para ello, que calificamos como flojos a quienes “pierden el tiempo” haciendo cosas que consideramos inútiles. Vemos a esas personas ir por ahí tranquilas, sin preocupaciones sobre el estatus, los logros, las posesiones, y pensamos: “son mediocres”. Pero quizá están haciendo algo que nosotros somos incapaces de hacer: disfrutar la vida, momento a momento. Piénselo.
La mayoría de nosotros, especialmente en la era de las notificaciones apremiantes en nuestros dispositivos móviles, estamos constantemente “ocupando el tiempo”. Sentimos incomodidad y culpa cuando nos sentamos un momento sin hacer nada y sin ningún pendiente en la cabeza.
La inconsciente, aunque constante prisa interior, nos produce estrés y ansiedad, que nos niegan a su vez el estado del aquí y el ahora o, como diría Mafalda, nos impiden parar el mundo y bajarnos un rato, para observarlo y darnos cuenta de lo que realmente sucede; es decir, ser conscientes.
Por el contrario, tenemos obsesión por el tiempo y dificultad para detenernos, algunos incluso hasta el agotamiento. Otros, para sustraerse de su neurótico, pero no de su autómata, se fugan en alguna adicción.
Todo en el mundo de hoy nos dice que la prisa y la aceleración producen mejores resultados, y que el día debe rendirnos al máximo. Estos paradigmas no son sólo producto de una cultura que nos impele a dar y obtener resultados inmediatos, sino del miedo al contacto con nosotros mismos, al dolor o al vacío que éste nos anuncia, cuando tenemos un momento de calma interior.
Y como organizamos nuestra vida en función de no sentir eso, tenemos que escapar del aquí y el ahora, creando una serie de actividades que nos mantengan todo el día atados mentalmente a nuestros pendientes y emocionalmente al estrés que esto ocasiona.
Para la mayoría, sentarse a poner atención en la respiración, en cada parte del cuerpo, los sonidos alrededor, los olores, las texturas, es perder el tiempo miserablemente, dejar de hacer las cosas “importantes” de la vida.
Y sentarse a ver transcurrir lo que pasa por nuestra mente y emociones, es por lo menos aterrador, porque no hemos aprendido a dejar de involucrarnos completamente con eso, es decir, a ser simples observadores.
Lo único que nos queda cuando nos evadimos de nosotros mismos es la cronopatía (obsesión por aprovechar el tiempo) y la preocupación. Con eso ponemos al cuerpo en movimiento y a la mente entretenida en cuestiones estériles, tratando de tener el control de lo irremediable o lo inexistente.
Esa es la manera en que el autómata neurótico se queda en modo alerta permanentemente, destruyendo nuestra salud física y mental, pues no estamos hechos para existir en ese estado, cuyo propósito es la defensa momentánea.
Y así, se nos va la vida.
@F_DeLasFuentes