Cuando empezó este régimen hace tres años había expectativas totalmente encontradas en la sociedad. Del éxito milagroso hasta la peor de las debacles.
Nadie tenía contemplada la posibilidad de una pandemia que nos afectara al nivel que hemos sufrido en México y en el mundo.
Dentro de la desgracia de haber perdido a más de medio millón de mexicanos por esta enfermedad, cifras reales y aceptadas por la propia autoridad de Salud, con todo y los altos costos económicos, psicológicos y sociales que nos ha provocado el SARS-CoV-2, la realidad es que mantenernos a salvo del contagio se convirtió en un factor de unión entre los mexicanos.
Pero algo que el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador tiene claramente marcado en su hoja de ruta es una profundización de la división social.
La estrategia propagandística de los regímenes de este corte tiene en su libro de texto la necesidad de un adversario interno que proporcione identidad al grupo y que procure la protección del poderoso.
Las conferencias matutinas del Presidente no son un encuentro libre con la prensa para la atención abierta de los problemas nacionales, son el montaje de un esquema de comunicación con su base donde no habla el jefe del estado mexicano, sino el líder de un grupo político específico.
Un estadista no toma partido y gobierna para todos, más en los tiempos tan complejos como estos de pandemia y crisis económica.
Ahí están los datos que muestran el desempeño de la 4T en temas como la economía, la inseguridad, la salud, la pobreza. Números objetivos que comprueban que, más allá de las condiciones de pandemia, las políticas públicas no han funcionado.
Hay dos factores que pueden condicionar que los evidentes malos resultados se perpetúen y se compliquen en los años por venir, incluso en los años posteriores a que finalice el plazo constitucional de esta administración.
El primero es el cambio irreflexivo de las leyes. Adecuar disposiciones constitucionales o incluso leyes secundarias a dogmas ideológicos sin medir el impacto del cambio de las reglas acaba por ahuyentar las inversiones en un país que vive de los capitales privados para crecer.
Los países que se reinventan a manos de gobiernos autocráticos y que dan bandazos suelen ser un fracaso rotundo.
El otro factor que puede dejar una mala herencia profunda a este país es la polarización social.
Este régimen tiene tiempo sembrando esa división entre la gente. Si rastreamos el origen de muchos de los boicots a los gobiernos anteriores, podemos encontrar sus orígenes entre los que hoy gobiernan.
Implantar un discurso de rencor, de resentimiento, entre su base para que vea como enemigo al que no piensa igual acabará por llevar las palabras a los hechos, a los hechos violentos.
Con todo el poder que concentra el actual régimen, constantemente ensalza esos sentimientos de división para presionar a los que no se alineen con la voz dominante. Ya sean empresarios, periodistas, organizaciones sociales u organismos autónomos.
Esa semilla de la división escalable a niveles violentos puede ser un arma ilegítima de combate en contra de algún grupo contrario que pueda llegar al poder y eso es un peligro para México.
@campossuarez