Olvida lo que has dado para recordar lo recibido
Mariano Aguiló
Solo a los soberbios amarga lo recibido y humilla agradecerlo, porque no hay en su corazón la humildad que siembra la verdadera gratitud.
Y todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos padecido esta clase de soberbia, porque se nos ha enseñado que recibir nos pone en deuda y, aún peor, que debemos, por educación, aceptar lo que alguien nos da aunque no lo queramos, lo cual puede convertir a cualquiera en nuestro acreedor.
Es por eso que el agradecimiento se vive en la mayor parte de las ocasiones superficialmente, como una convención social, o incluso una molesta obligación de cortesía.
Pero existe otra dimensión en el agradecimiento, de significado oculto para el ego y gran poder transformador, accesible solo para aquellos que se atreven a derribar sus barreras interiores de miedo al dolor, para alcanzar las profundidades de su propia alma: la gratitud como experiencia espiritual.
Aunque inicialmente puede presentarse como un evento fortuito, en realidad es resultado del autoconocimiento. Es una virtud que nos empodera, al hacer que el amor aflore en nuestros corazones, ese amor que no tiene otro objeto o sujeto que la vida, la existencia misma.
Y entonces nuestra conciencia cambia. Nos hemos conectado con el núcleo de la espiritualidad, hemos experimentado una de las formas de amor más intensas y conmovedoras que podamos sentir.
Habiendo comprendido su poder, comenzará una importante transformación en nuestras vidas. Trataremos de volver a alcanzar ese estado de amor, que trae gran paz, alegría y la completa seguridad de que todo está y estará bien. Aunque no siempre estemos en condiciones de ejercitar la virtud, por las tensiones de nuestra vida cotidiana, ahora sabemos algo que se convertirá primero en un anhelo y después en un camino para conectarnos más sólidamente con nosotros mismos.
Así pues, el genuino agradecimiento es un estado del ser, el lenguaje del alma y la expresión más poderosa del corazón. Desde este lugar de nuestro interior llegaremos a agradecer, en un ejercicio completamente íntimo, todo aquello que hoy damos por hecho, tanto lo que tenemos como lo que nos falta, lo que nos gusta como lo que nos disgusta.
Esto se llama amor a la vida. Por eso lo cambia todo. Cuando la vida es amada, ama a su vez, porque no es otra cosa que el reflejo de nosotros mismos.
Entonces, ciertamente, la gratitud le da sentido a la vida. Es pues la fuente de la juventud, la piedra filosofal. Y es una de las pocas cosas que está bajo nuestro control absoluto, cuando sabemos cómo producirla, cuando hemos tenido el valor de enfrentarnos a nuestros miedos y al dolor acumulado, que de tan “protegidos” en nuestra psique, hasta para nosotros están ocultos.
No obstante, el miedo y dolor siempre nos acechan, para tomar el control a la primera oportunidad en que la vida hiera la hipersensibilidad que hemos ido desarrollando a causa de taparlos, reprimirlos, ignorarlos y, con ello, acumularlos, hasta volvernos bombas emocionales de tiempo.
Se trata pues de estar conscientes de cuántas veces nos cerramos a la gratitud y, con ello, a la vida, a través de reforzar los muros de justificaciones que hemos armado a través de los años para mantenernos en nuestra “zona de seguridad” o de confort, sin ser perturbados por nosotros mismos.
El parámetro del amor es mucho más accesible de lo que pensamos: todo lo que se ama se respeta. Y todo lo que se agradece de corazón se ama.
Así, la vida, siendo un juego de espejos en los que nos reflejamos infinitamente, nos devuelve siempre nuestra imagen multiplicada: si queremos más desde la insatisfacción, más insatisfacción es lo que nos dará.
Solo cuando sentimos gratitud los dones se multiplican y los males pierden fuerza, porque el verdadero amor no entiende de apegos. Deja ir lo bueno para que venga lo mejor.
@F_DeLasFuentes
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