Nunca se cansará de presumir su popularidad personal. Ese fenómeno de conexión que tiene Andrés Manuel López Obrador con amplios sectores sociales lo llevaron a donde él quería. Ahora que goza del poder presidencial y que busca hacerse de mucho más poder, más allá de sus atribuciones constitucionales, se enfrenta a la realidad de que su carisma puede no ser suficiente para paliar los muy malos resultados que ha dado su administración.
El contraste viene con la realidad de enfrentar uno de los peores momentos en los que ha estado México en varias décadas. La economía tuvo su peor recesión en un siglo y no se recupera, la inflación es la más alta en 22 años, somos el cuarto lugar del mundo en cuanto al número de fallecimientos por Covid-19, no hay precedentes en los niveles de violencia que azotan al país.
Hay daños por los recortes en el gasto de infraestructura y social, hay daños para polarización que se alimenta y hay daños por la intervención en los organismos autónomos que había logrado México.
Sin embargo, ese mal estado que guarda el país es contrastado magistralmente por un ejercicio de propaganda que cada mañana se encarga de jalar la atención hacia el Presidente, su carisma y su agenda personalísima que aleja la atención de quien se deja de los problemas esenciales.
El resultado es que el Presidente todavía conserva una altísima aprobación, arriba del 60%. Sin embargo, cuando a esos mismos entusiastas les preguntan sobre su apreciación en materia de economía o seguridad inevitablemente tienen una mala opinión.
Esto es la clave de por qué Andrés Manuel López Obrador quiere hacer lo que sea para mantenerse permanentemente vinculado a sus seguidores al momento que tengan que acudir a las urnas a emitir su voto.
López Obrador quiere estar en la boleta porque ninguna de sus corcholatas tiene el más mínimo asomo de su carisma, que es una condición indispensable para mantener vivo el proyecto fracasado de la autollamada Cuarta Transformación.
Sin el respaldo abierto e ilegal de Andrés Manuel López Obrador a sus candidatos, empezando por el presidencial, nada garantiza la continuidad de este régimen. De ahí que resulta indispensable para la 4T hacerse del control del árbitro electoral que no le impida que su popularidad personal juegue en los procesos electorales que vienen.
El plan original contemplaba hacerse del control del Instituto Nacional Electoral (INE) a través de modificaciones constitucionales, pero hoy más que nunca tiene resistencias hasta internas para modificar la Constitución a su antojo.
Por ello este Gobierno encontró en la promoción de la llamada Revocación de Mandato una puerta trasera, como la que intentaron para ampliar el mandato del ministro Arturo Zaldívar, para hacerse del control del INE.
El modelo que hoy vemos de acoso al árbitro electoral tiene como propósito mantener al presidente López Obrador en el reflector de los comicios, con la revocación de mandato y hacerse del control de la organización electoral con el debilitamiento presupuestal y el bombardeo a sus consejeros y su autonomía.
La única garantía que tiene el régimen actual de superar el requisito electoral es tener permanentemente presente al presidente López Obrador y en eso están, aunque lo impida la ley.
@campossuarez