La realidad objetiva acaba de evaporarse
Werner Karl Heisenberg
Mucho antes de que la física cuántica negara la realidad como hechos incontrovertibles, el budismo ya había señalado su naturaleza ilusoria, por cuanto aquello que sucede dentro y fuera de nosotros depende completamente de una sensación (agradable o desagradable), seguida de una percepción, que ya involucra un juicio primario (bueno o malo) y, posteriormente, una interpretación compleja en la que intervienen la experiencia personal y las creencias, a través de las cuales tamizamos mental y emocionalmente los hechos, para finalmente concluir: esto es lo que debía ocurrir o esto no debería estar pasando.
En resumen, todo este proceso se trata de aceptar o rechazar los hechos. Cualquiera de las dos posturas implica distorsiones de la realidad desde el momento en que comienza la percepción, es decir, la idea de que lo agradable es aceptable y lo desagradable no. De ahí en adelante, lo que pensemos y, en consecuencia, sintamos sobre el asunto empeorará las cosas, pues solo trataremos de justificar el juicio previo y hacer pasar nuestra visión de la realidad como la realidad misma.
Y así como hemos “moldeado” a la naturaleza para satisfacer no solo nuestras necesidades, sino nuestros caprichos, creemos que podemos forzar la realidad para que se manifieste conforme nuestra voluntad, a partir de aceptar o rechazar lo que ocurre, no solo en el exterior, sino en nuestro interior, donde nos atrevemos a asegurar: no debiera estar sintiendo esto, no debiera estar pensando en eso, etc.
¿Qué tan objetiva entonces puede ser la realidad si de entrada no debe ser como es? Esta creencia está tan arraigada en nosotros que, durante generaciones y en todas las culturas del mundo, opera el paradigma de que la vida es difícil y siempre hay que luchar por conquistar lo que deseamos, porque nuestra fortuna y felicidad siempre se resisten.
Es decir, debemos ir siempre contracorriente porque lo que nos ocurre no es lo que queremos, porque el universo es un lugar hostil, nuestro planeta lo es por tanto y nuestros semejantes por extensión. Es la “realidad” del que vive con miedo, y la humanidad en su mayoría tiene este enfoque.
Cuando el miedo manda confundimos la fe con la expectativa. Mientras la fe es una profunda confianza en que todo lo que sucede y sucederá siempre nos será favorable, de una u otra manera, la expectativa condiciona la tranquilidad, la seguridad, la felicidad, a que las cosas ocurran como queremos. Y además creemos que estamos bien, que hay que empeñarse en lograrlo, pero en realidad significa “luchar por tus sueños” aferrándote a tus miedos.
Esto deja muy claro que lo real queda confinado a algunos pocos hechos de consenso, como que una pelota es redonda y una tabla plana, pero eso es solo una convención, pues la física cuántica ha demostrado que ni siquiera a este nivel la realidad es tal.
No se hable ya de asuntos muy simples, pero en los que pueden confluir diversas percepciones, como si algo es rápido, lento o lleva una velocidad normal, pues el juicio tendrá que ver con nuestros tiempos y ritmos internos, así como la intensidad del deseo de que algo ocurra.
Ahora bien, en la medida en que deseamos seguridad, tranquilidad, felicidad y estabilidad durante largo tiempo, sin perturbaciones, estaremos rechazando constantemente todos aquellos sucesos que amenacen nuestra zona de confort, amurallada con expectativas.
Pero cuando el deseo de “lo bueno” implica rechazar “lo malo”, lo atraemos, porque todo aquello a lo que nos resistimos crece en poder.
Se trata pues de entender que los hechos que no queremos que ocurran no solamente pueden ocurrir, sino que tienen un sentido en nuestras vidas, que debemos comprender para evolucionar.
Ni crece ni se fortalece y ni siquiera es feliz la gente que se aferra a su zona de confort. Además, resistirse al cambio es fútil, porque la verdadera realidad siempre nos rebasa.
@F_DeLasFuentes