Hay artistas que dejan una profunda huella que el paso de los años no puede borrar. El público los abraza con el fuego de la admiración y los hace trascender hasta volverse clásicos. José Emilio Pacheco, escritor de la Generación de los 50, junto a personalidades como Eduardo Lizalde y Carlos Monsiváis, entre otros, es uno de aquellos que logró convertirse en un clásico moderno, impregnando con su genio a la cultura popular que ayer, 26 de enero, lo recordó en su octavo aniversario luctuoso.

Su importancia en el fomento de la cultura es innegable. Muchas y muchos de nosotros, en nuestra juventud, conocimos títulos como Las batallas en el desierto, El principio del placer y No me preguntes cómo pasa el tiempo. Su obra exploró la poesía, el cuento, la novela y el ensayo, utilizando este último formato para hacer una lectura de otro gran escritor mexicano, zacatecano, compilada en la obra Ramón López Velarde. La lumbre inmóvil, que nos permite acercarnos a tiempos más remotos con una visión contemporánea de un México en constante cambio.

José Emilio Pacheco también fue profesor universitario en México, Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido; además, realizó labores de investigación en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, logrando influir en muchas generaciones del país y de más allá de nuestras fronteras, gracias a las numerosas traducciones de su obra.

Recibió grandes distinciones, entre las que se pueden destacar el Premio Nacional de Periodismo, en 1980; el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en 1992; la Medalla de Oro de Bellas Artes, en 2009, cuando cumplió 70 años de vida; el Premio Cervantes, ese mismo año, y los doctorados honoris causa en 2010, por parte de la UNAM y de la Universidad Autónoma de Campeche.

Asimismo, fue integrante de la Academia Mexicana de la Lengua y de El Colegio Nacional. En su discurso de ingreso a esta última institución, el autor, que en aquel tiempo tenía 47 años, refirió que su carrera de escritor había comenzado cuatro décadas atrás, cuando a la edad de siete años sus abuelos le regalaron la versión infantil de la novela Quo vadis? (“¿A dónde vas?”), del polaco Henryk Sienkiewicz, y al terminar de leerla quiso dar continuidad al relato, en sus propias palabras.

Esta avidez por la escritura no sólo acompañó a José Emilio Pacheco durante aquellos primeros 40 años, sino durante toda su vida. De 1973, hasta el año de su fallecimiento, en 2014, publicó semanalmente su columna, bautizada como “Inventario”, en Excélsior y posteriormente en Proceso, en la cual abordaba temas históricos de México y de la literatura universal, con la sencillez y brillantez que siempre lo caracterizaron. De manera póstuma, en 2017 se publicó una antología de este trabajo.

Aquel primer libro, cuya escritura el niño José Emilio quiso continuar, toma su título de un pasaje de la época de Nerón, cuando el Imperio romano perseguía al cristianismo. Ante el peligro, Pedro, discípulo de Jesús, se propuso escapar. En el trayecto tuvo la visión del mismo Cristo, caminando en sentido contrario, por lo que le inquirió: “¿Señor, a dónde vas?”. La aparición respondió: “Voy a Roma, para ser crucificado de nuevo”. Pedro, comprendiendo la lección, retornó a la ciudad, en donde se dice que fue martirizado, y en donde hoy se erige la basílica que lleva su nombre.

Si hoy pudiéramos tener una visión de José Emilio Pacheco y hacerle la misma pregunta, seguramente contestaría: “Voy a la Ciudad de México, donde nací y morí, a seguir escribiendo”.

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