A sus 10 años, Avril Cuevas junto a su familia vivió completamente aislada durante cerca de siete meses. Al reducir los contagios y “cuando ya estábamos en semáforo verde”, la familia reanudó sus actividades, pero sólo aquellas que eran necesarias y siguiendo los protocolos sanitarios.
Durante el encierro sus días eran siempre iguales, “me paraba a las siete, a veces me bañaba, desayunaba y ya me conectaba a mis clases en línea. Después, la tarea y ya más tarde jugaba.
A veces jugaba un videojuego, con mis muñecas o con mis perros o a veces también con mi tableta”.
Las clases de natación fueron cambiadas por zumba a través de internet.
Avril contó con la tecnología para tomar las clases virtuales, método que le gusta porque duerme y descansa más. Sin embargo, añora su vida pasada.
“Me iba mejor en presencial… Al principio cambiaron mis calificaciones. Siento que ahí (en la escuela) aprendo más y puedo ver a mis amigos. Extraño estar sin cubrebocas, porque no puedes respirar, salir más seguido, jugar y abrazar a mis amigos y visitar a mi abuelita”.
Otro caso similar es el de Leonardo Marín Peralta, también tiene 10 años. A su corta edad resiente los estragos del distanciamiento social. “Me da tristeza que no haya juegos, los cierran para que no nos contagiamos y para que el Covid no vuelva a estar duro”.
Leonardo asegura que se siente desesperado pues “aunque podamos vernos en videollamada, no podemos festejar cumpleaños o salir”. Por eso, pidió que todos sigan las medidas de cuidados sanitarios “para que el Covid-19 se vaya pronto”.
Para este pequeño, el cierre de las escuelas también le preocupa, porque no pueden ir diario a clases y tampoco convive con sus compañeros como lo hacía antes.
LEG