ADALBERTO SANTANA
En las elecciones de Costa Rica del pasado 6 de febrero, paradójicamente, el gran triunfador fue el abstencionismo. El 40% de los ciudadanos no acudieron a las urnas. Ninguno de los 25 candidatos presidenciales lograron tener una votación que superara al porcentaje logrado por la abstención. En las elecciones se puso en evidencia el desgaste alcanzado por el sistema de partidos políticos en la más añeja democracia político-electoral de América Latina y el Caribe. En el escenario internacional, Costa Rica figura como uno de los países con mayor estabilidad política y con la democracia electoral más madura de los países latinoamericanos. A la par, se reconoce que es una sociedad en gran medida desmilitarizada y con amplios sectores sociales ubicados en las clases medias.
Sin embargo, en los últimos tiempos se han expresado en su estructura social y económica fuertes problemas alentados por el modelo neoliberal que ha predominado en las últimas décadas en esa nación del istmo centroamericano. En dicho país se ha enfrentado la crisis de un pretendido Estado benefactor. El desarrollo actual de la economía costarricense muestra un elevado déficit fiscal, una cada vez más evidente propagación de la corrupción, un creciente desarrollo de la pobreza, del desempleo, un elevado índice de la desigualdad, así como un constante crecimiento de la delincuencia organizada. Esta situación, sin lugar a dudas, debilitó la credibilidad de grandes grupos de ciudadanos sobre el sistema de partidos políticos. Con una población que rebasa los cinco millones de habitantes, únicamente una minoría de ciudadanos costarricenses decidieron quiénes avanzan a la segunda ronda electoral del 3 abril.
Los candidatos son de dos partidos conservadores: José María Figueres (Liberación Nacional) y Rodrigo Chaves (Progreso Social Democrático). La tendencia es que en la segunda ronda electoral para decidir quién será el próximo mandatario seguirá prevaleciendo el abstencionismo. Sin duda, puede pensarse que se incrementará la poca credibilidad sobre los partidos políticos y sus candidatos. Esto, en el mediano plazo, puede pensarse que acumulará un mayor descontento hacia la clase política, y que en un determinado momento hará estallar la rebeldía de amplios sectores populares. Dos ingredientes clave: el deterioro económico y social, y la consecuente profundización del modelo neoliberal costarricense.
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